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El Telégrafo

Tilín, tilín, tilín

28 de junio de 2011

Como si fuesen esponjas que recogen todo tipo de comentarios, los que se dicen en un café, a las afueras de un entierro, en un campeonato de cuarenta, así tienden a comportarse muchos medios de nuestro país.

La cuestión del contraste, es decir escuchar a, por lo menos, dos partes, queda relegada en el afán de la primicia.

Los medios nos dicen todos los días que no hay tiempo que perder porque el otro, el de la competencia, ya tiene el mismo comentario, elevado a la categoría de noticia, y lo lanzará sin importar su veracidad.

Acaba de suceder otra vez, por eso hay que abordar el tema, otra vez, cuando una canallada es recogida por ciertos medios que andan en la búsqueda del escándalo que mine a Rafael Correa.

A Jorge Escala se lo vio en la Asamblea de Montecristi muy cercano a la tendencia predominante de ese entonces, parecía compartir con los de País este proyecto de revolución ciudadana, que no pretende salirse de la cancha trazada por el capitalismo. Era la vieja derecha la que debía ser derrotada. Hoy Escala, al que incluso lo mandaron a callar desde un mañanero programa de entrevistas-rencillas, ha desvelado lo que verdaderamente le interesa en la política: un espacio personal  que se puede conservar incluso a la sombra de los enemigos de ayer.

La canallada se lanza, el medio la recoge y el trabajo queda hecho. Ahora, cuando ha quedado claro que no hubo corrupción, nadie se hará cargo de la perversidad, nadie, mucho menos los de la SIP, tampoco Fundamedios.

Algunos medios se quedarán, sobre todo los que madrugaron a recoger la basura, en lo mismo, sutilmente insistirán en lo del departamento del presidente en Bélgica. Lo harán con los caricaturistas, las secciones informales, esas que solo se alimentan del chismorreo, porque así lo han determinado desde temprano con este gobierno: martilla, martilla, que algo se romperá, y con los pequeños escombros intentarán levantar una pared, su pared, que los proteja en sus andanzas depredadoras, propias de un capitalismo que vive del Estado, que lo desangra, que a su paso deja mucha miseria.

Tilín, tilín, tilín, suena, pasando un día, la campanita del camión de basura. Nosotros debemos sacar la que hemos producido para que sea recogida. Desde algunos medios nos la devuelven creándonos un problema sanitario. Será, me digo, que debemos suspender ciertas suscripciones mediáticas para, por lo menos, solucionar la mitad del problema.

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