La economía tiene que ser solidaria y sustentada en la producción, la negociación de los precios de los alimentos en mercados especulativos es una de las principales causas de inequidad y de la gran hambruna que vive el mundo, especialmente en África y en regiones de Asia y Latinoamérica. Ese sistema es el culpable de 36 millones de personas fallecidas el año pasado por hambre o a consecuencia de ella. Hay que terminar con esta forma perversa y cruel de eliminación masiva del ser humano y dejar atrás la economía rentista basada en la especulación financiera y que en palabras del Ec. Pedro Páez “ya no responde a las leyes del mercado, sino a la manipulación de los intereses financieros involucrados”.
El problema no es el “mercado”, sino la distorsión del mismo con fines de especulación para que unos pocos se lucren causando cada 5 segundos la muerte a un niño menor de 10 años. Cuente hasta cinco y piense en un niño muriendo de hambre, vuelva y repita el ejercicio indefinidamente. Si esto sucediera porque no hay otra opción, uno entendería, sin embargo, el análisis de Jean Ziegler, relator de la ONU para la alimentación, da cuenta de que la agricultura moderna está en capacidad de producir el doble para alimentar a toda la humanidad y que también es posible irrigar África, según estudios del Banco Mundial, para que sus pueblos se puedan abastecer. Solo que nadie presta dinero para sacar el agua dulce que hay en sus subsuelos.
Si hay capacidad, agua y tecnología para alimentar a la gente, ¿por qué mueren de hambre 36 millones de seres humanos y 800 millones la sufren? La respuesta está en que el precio de los alimentos se cotiza en la Bolsa de Futuros de Chicago con contratos a término donde siete bancos controlan todo y la especulación hace que los alimentos se vuelvan impagables para los países más pobres. “Los alimentos no son una mercancía cualquiera, sino la garantía de la supervivencia humana”, dice Ziegler y, en consecuencia, deberían “transarse directamente por los Estados”. Tampoco se necesitaría ayuda humanitaria si estos recursos se orientaran a la infraestructura necesaria para la agricultura.
El problema es que no hay interés en enseñar a pescar y ser solidarios, sino en dar limosna, de otra forma se bajaría el precio de los alimentos y las grandes corporaciones y sus inversionistas perderían miles de millones. ¿Será que a alguien le importa que la gente muera de hambre, o ese es “cuento” de populistas y zurdos? Entre tanto, la crisis mundial comprueba el peligro de las “burbujas”; y los muertos, la realidad.