El concepto tecnopolítica alude al uso táctico y estratégico de las herramientas digitales en la organización, comunicación y acción colectivas. Es el paradigma que permite a la política formal renovar su relación con la ciudadanía y establecer lazos de conexión directa, sin intermediarios, y adaptar la comunicación institucional ortodoxa a nuevos lenguajes y canales. La tecnopolítica es la tecnología al servicio de la política y de la democracia y, como tal, trae consigo un difuso, pero profundo, movimiento de renovación política. A continuación, repasamos algunas de sus claves y vemos cómo la tecnopolítica puede cambiar las formas de hacer y comunicar política.
Una política distribuida. En un mundo conectado –ya hay más de 4 mil millones de usuarios de Internet en el mundo–, el ciudadano empoderado tiene la capacidad autónoma para organizarse, participar, amplificar sus propuestas e influir como nunca antes lo había hecho.
De ciudadanos a smart citizens. Las estructuras tradicionales, las grandes hegemonías políticas, empresariales e ideológicas tambalean ante millones de ciudadanos anónimos (micropoderes). Es el fin del poder, al menos del poder tal y como lo conocíamos.
Una política vigilada. En una sociedad decepcionada, crítica y muy informada, la política está cada vez más vigilada. De ciudadanos pasivos a ciudadanos proactivos, críticos, exigentes. Las nuevas tecnologías han facilitado el desarrollo de distintas iniciativas que fiscalizan y monitorizan las actividades de nuestros representantes.
Una política permanente. Los instrumentos de participación que la democracia representativa ofrecía a través de las organizaciones políticas y sindicales ya no resultan suficientes para recoger el caudal y la emergencia cívica y política de la sociedad actual y futura. Los ciudadanos conectados ya no están dispuestos a esperar la próxima elección, quieren intervenir, colaborar, participar, decidir. Internet se ha convertido en un ecosistema dinámico y fértil para la participación ciudadana; y no únicamente porque aporta nuevas posibilidades a las metodologías tradicionales (desde aplicaciones de reporte ciudadano hasta algoritmos de deliberación), sino porque genera dinámicas propias a través de sus participantes.
Una política omnisciente. El constante rastro digital que dejamos en las redes –sea voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente– genera una enorme masa de información sobre quiénes somos, qué pensamos, qué hacemos, con quiénes nos relacionamos y más. Es el big data. (O)