“En España hay racismo. Llevo 11 años aquí y en esos 11 años es lo mismo, la gente me llama mono”, decía Dani Alves en varias entrevistas luego de que un trabajador del Villarreal en pleno partido le lanzó un plátano a la cancha.
Su gesto de comerse el plátano sin inmutarse por el terrible significado racista, prendió las redes sociales con la frase ‘Todos somos macacos’.
Recibiendo apoyo mundial como un llamado a detener esta lacra social, que además de racista es profundamente ignorante. Al mirar el fútbol en un restaurante me animé a escribir este artículo, ya estaban la mayoría de los clientes pasados de cervezas y los halagos e insultos a los jugadores del Ecuador iban y venían con gran facilidad; se pasaba del amor al odio en segundos. Frases, improperios e insultos a los jugadores eran parte de toda la escena, los insultos sobre todo se cargaban a los afrodescendientes, el color negro era la palabra que servía para hacer el ataque más afilado y doloroso.
Esta escena multiplicada en muchos espacios nos muestra el ‘ecuatorianismo’ o el ‘patriotismo’ que llevamos: contradictorio, débil y vacío, construido desde una cancha, donde los más valerosos y dignos de llevar la camiseta ecuatoriana pueden ser en un abrir y cerrar de ojos quienes no representan a nadie. Es decir, su valor está en directa proporción a los resultados de un partido. Una realidad triste de la cual hay que hablar y enfrentar con total dureza, no solo en el ámbito deportivo sino en todo ámbito social.
Los afroecuatorianos por autoidentificación en el Ecuador constituyen el 7,2% de la población, y están presentes en todas las provincias del país, con mayor concentración en Esmeraldas, Guayas, Pichincha, Imbabura, Carchi y El Oro. Nuestra Selección Ecuatoriana, constituida por 23 jugadores, tiene en su nómina a 18 afroecuatorianos, en la cancha son mayoría y nos representan a todo el país.
Existen varias reflexiones sobre cómo definir el racismo; diría, en resumen, que es la postura de mirar al otro como diferente, fuera de mi círculo ‘sociocéntrico’ y segregarlo por unas supuestas diferencias físicas, intelectuales o morales. En la historia han existido varios capítulos racistas vergonzosos con crímenes atroces y justificados desde lo religioso, cultural o científico, que han denigrado a la humanidad entera.
Son varias y permanentes las iniciativas de orden mundial para prevenir estos hechos; sin embargo, los estadios siguen mostrando lo que son muchas sociedades: racistas e hipócritas.
Los estadios son un cúmulo de emociones que se expresan en catarsis colectivas; sacan, digamos así, lo mejor y lo peor de nuestros pensamientos y sentimientos. Allí se juega más que fútbol, se juegan las relaciones culturales, los vínculos sociales, los estereotipos; reproducimos como en un microscopio lo que somos a profundidad como sociedad ecuatoriana.
Cuando ganamos un partido, parece que somos una sociedad compacta, intercultural y plurinacional; solemos, por la euforia, confundir que esas relaciones de respeto y cariño son permanentes. Nada más falso, basta que uno de nuestros jugadores salga del estadio para que le pese el mundo clasista y racista en el que nos movemos.
El principal indicador, que revelan las percepciones sobre el racismo, es que el 65% de los encuestados cree que en Ecuador se practica el racismo. Sin embargo, solamente el 10% se manifiesta abiertamente racista. Los encuestados consideran que en el Ecuador son los afrodescendientes quienes más sufren el racismo. Opinión respaldada por el 94% de los mismos afroecuatorianos y por el 89% de la población autodenominada blanca y mestiza (INEC 2005).
Jamás debemos olvidar lo que sucedió con Felipe Caicedo cuando ingresaba al restaurante El Portón, en Guayaquil, en el 2009. El dueño llamó a la policía, y en menos de lo que canta un gallo llegaron, según su abogada, 3 patrulleros y 15 policías a sacar al jugador como si fuera un delincuente. O cuando en el estadio Azteca, ya en sus últimos partidos, Chucho Benítez fue víctima de lo que ahora se denomina el ‘virus de los estadios’….imitar a los jugadores como si fueran simios.
¡Cuánto hace falta un Nelson Mandela!, que nos recuerde como un chirlazo que nadie nace odiando o segregando, que eso lo aprendemos desde niños, que es una construcción cultural detestable, la cual debemos rechazar. Hoy mismo se discute si México puede ser suspendido o no del Mundial Brasil 2014 por actos racistas de sus hinchas; yo creo que es ahora o nunca que debemos demostrar con hechos, que al racismo hay que sacarle tarjeta roja para siempre.