Lo que Santiago ha vivido por estos días tiene un cierto dejavú quiteño. Alguien dirá que los actores son otros y los motivos son distintos, pero en el fondo de la olla se cocina un tema de tarifas y turbulencias sociales.
El ministerio de Transportes chileno había anticipado que un aumento en la tarifa del Metro (equivalente a 4 centavos de dólar) podría tener repercusiones sociales. Solicitó a la Dirección de Presupuesto que se ejecute un subsidio, pero el pedido fue negado.
Los manifestantes atacaron trenes y destruyeron parcialmente 79 estaciones de las 108 existentes. En el municipio de Quito habrán observado esas escenas con profunda preocupación porque el próximo año podría inaugurarse un fuerte dolor de cabeza.
Si bien las cifras no son oficiales, todo parece indicar que viajar en el Metro capitalino costará el doble que movilizarse en bus. Si ardió Troya por la eliminación de los subsidios de los combustibles y por un aumento de 5-10 centavos en el transporte público, me pregunto qué pasará cuando anuncien las tarifas del Metro.
Claro que se ofrecerán rebajas para los que más viajan, pero también habrá que ver si la conexión con los sistemas integrados de buses es parte del paquete o si tiene un costo adicional como sucede en otras ciudades latinoamericanas. El exalcalde Barrera quería subsidiar la tarifa con las multas de tránsito, pero Rodas deshizo el plan. El gobierno no estará en capacidad de subsidiar nada más.
El problema no radica tanto en las tarifas (atadas a los costos de operación) sino en los bajos ingresos familiares. Un trabajador en Ecuador gasta cerca del 8% de sus ingresos en transporte. La pregunta en el caso de los quiteños es si estarían dispuestos a gastar más (entre el 12% y el 15%) para ahorrar tiempo de viaje.
Transitar en el Metro de Quito sería en promedio al menos cinco centavos más caro que transportarse en sus equivalentes de Medellín y Lima y entre 10 y 15 centavos más caro que en el tranvía cuencano (aún sin tarifa oficial).
El Metro de Santiago no tenía aseguradas ni las estaciones ni los trenes. Los daños ascienden a 300 millones de dólares, que podían haberse invertido para mejorar el servicio o ampliar las rutas. Imagino que la administración Yunda ya estará revisando el tema de los seguros. Ojalá nunca vivamos en Quito un dejavú chileno. (O)