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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

¿Sumisión social?

08 de febrero de 2016

¿Cómo podremos ver el mundo de forma diferente? ¿Qué será de hacer para que lo que sufrimos sea parte sustancial de acciones colectivas? Cuando uno se hace estas preguntas, y tiene alguna relación con los oficios de pensar la vida más allá de lo doméstico —que nunca es trivial— enseguida asoman 2 aristas del acontecer social: la economía y la política. Y, también, lo que se conoce como ideología. Uno va por la senda creyendo en aquello que desde la cultura popular se dice tradicional y válido, y desde la educación formal se explica útil y provechoso… para ¿todos?

La obsesión por asumir el constructo de la ley ha hecho que observemos el mundo del modo en que las élites —del dinero, de la ciencia, de la religión, del fetichismo—, lo ven o lo quieren. A eso ordinariamente se denomina ideología del poder; pero nunca distinguimos bien cuándo somos lo que somos, o cuándo algunas fuerzas —materiales— propician en nosotros el conductismo de la ley. Tal visión, que pretende apresar economía y política, viene en el celofán de la etiqueta social moderna. Entonces, otra vez, ¿cómo podremos ver el mundo de forma diferente?

Un indicio de que los valores del poder han sido inoculados en las entrañas del saber colectivo es, por ejemplo, el respeto que las sociedades guardan a los ejércitos —tierra, mar y aire— con toda su gama de ritos y jerarquías. Los civiles (¿solo los que viven en ciudades?) se encandilan fácilmente con aquello que significa coerción y orden; y, por qué no decirlo, con el decorado del uniforme. Hay algo que inclina a los civiles a someterse, veladamente, a la ley de la paz, es decir, esa especie de seguridad que implica que un grupo tenga y use las armas en representación de todos.

Es en ese terreno de subordinación y acatamiento que se legitima la idea de la autoridad, pues ninguna sociedad, ni antigua ni contemporánea, ha prescindido de una autoridad (o varias con tareas complementarias). Así, lo militar, una casta de fuerza, pero con la dualidad vida/muerte como anatema de coexistencia social inevitable, instaura la doctrina de la paz armada. Y se la acepta. Y, peor, una mayoría exige su disciplina y su estética marcial, por eso no soporta que, por lo menos en apariencia, ese control de mando sea agredido.

¿Cómo podremos ver el mundo diferente si demandamos a cada paso el plomo de la autoridad? Sí, autoridad civil, militar o celestial. Nuestros caminos han sido trazados por la ideología del poder y hasta hoy no se sabe cómo desandarlos. Amancebados en el hogar de la civilidad, al parecer, renunciamos a la historia, a estimar la necesidad de una tropa social en constante posición ofensiva y no apenas de conservación, digamos, mística.

Ver el mundo de un modo diferente implica abandonar ese vicio de preservar la sombra de la autoridad, por encima del fuego creador que supone ser sujetos de la historia. Entretenidos en defender o atacar militares, esa astuta ideología de la sumisión, aquí y acullá, olvidamos la política, la formación del agente social, o sea, olvidamos activar la razón plebeya que es la única que trasciende todos los tiempos, y la única que en realidad importa. (O)

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