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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

Subjetividad

24 de agosto de 2015

Se atribuye a Sigmund Freud una frase sobre el parteaguas de algo que cambió la historia. Decía él que: “El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización”. La idea es fundamental porque nos remite a un hito anterior -en el mismo recorrido antepasado-: el momento en el que hombre dijo su primera palabra y se comunicó, logró instaurar el distintivo central de lo humano: el lenguaje.

Lenguaje y civilización van de la mano en ese largo transcurrir de la evolución terrícola. Pero no es tan fácil. Una estructura cardinal, común a lo humano individual, carga sobre cada ser y época, la fuerza de la conducta personal: la subjetividad. Esa subjetividad, en el mundo moderno, determina muchas de las cosas que en lo colectivo parecen ser guías normalizadas de un antecedente genético, un ambiente social, una matriz cultural, una corriente ideológica o las innegables imitaciones tan propias de la rutina de insertarse en el entorno de cada sujeto. Por eso, la subjetividad humana es un rasgo delicado y maleable, sobre todo, a partir de la sociedad de masas que nos dejó el pavoroso siglo XX, y las secuelas de manipulación social que muchos estudios psicológicos establecieron para entender/conducir los usos de las masas en situaciones límite: guerras, crisis económicas, pestes…

Por eso no es nuevo que en la situación de conflicto político en el Ecuador, hoy, la subjetividad individual y colectiva haya sido el flanco más débil –y atacable- de la animación política de varios analistas, líderes políticos y dirigentes sociales. Esa subjetividad, además, es el tiro al blanco de las comunicaciones modernas; tanto en las mediaciones tradicionales cuanto en las aparentemente fáciles formas de influencia de los artilugios tecnológicos que hoy controlan nuestras vidas cada segundo: internet, celular, tablet, redes sociales, etc. Estamos seducidos por esos artilugios y nuestra subjetividad se mueve -o lo intenta- a la misma velocidad que esos invasivos instrumentos nos han enseñado para ver y entender, verbigracia, la política y/o las relaciones de amor ocasionales.

Esta intervención supone varios elementos combinados de aplicación política clásica: desestimular la variable ideológica de todo hecho social y remachar sobre la moralidad que cruza ese hecho; por tanto, la apelación a lo subjetivo es la clave del malestar que ahora vive una sección de la particular clase media ecuatoriana situada en ciertas urbes. Y sus connotaciones, por supuesto, son presentadas como un malestar político y económico proyectados en un escenario que copan otros actores y motivos (los indígenas, por ejemplo) que, sin embargo, no son inmunes a la desazón creada por el control subjetivo de las masas a través de un discurso civilizado de democracia y una (supuesta) resistencia social sin violencia.

No entender esta evidente intrusión en la subjetividad de un sector ciudadano, productor de opinión pública, es no pensar tampoco en los fuleros cauces de la vieja política criolla. Y sus fugaces voceros, al no poder luchar a un nivel de debate distinto y superior, recurren a lo más maleable: la subjetividad de la gente. Y ahí ganan. (O)

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