En la campaña electoral ganada por Lenín Moreno, la derecha tildó de ‘borregos’ a las bases de la Revolución Ciudadana. ‘Borrego’, como dispositivo simbólico, animalizaba a estos sectores sociales, suprimiendo su condición humana y estigmatizándolos como irracionales, además de concentrar en ellos la negatividad de la simbología del cordero: dóciles, sometidos, sencillos, ignorantes. Así, en las redes sociales se les decía ‘borregos imbéciles’, ‘borregos vendidos’, ‘borregos nefastos’, ‘siguen adorando al dictador’; ‘correístas borregos vagos’, ‘aunque pegue y mate, correísta es’.
Pero, al caracterizar de esa manera a las bases sociales de la Revolución, se estaba reconociendo implícitamente algo inaceptable para ellos(as): el que la sociedad ecuatoriana exhibía, de modo inédito, un potente liderazgo de masas, ya que cuando hablamos de ‘borregos’, no estamos pensando en un individuo aislado, sino en un rebaño, por ende, en masas que siguen, son leales y se movilizan incondicionalmente por una causa encarnada en un líder o en una lideresa.
Y ese es, justamente, el motivo de la iracundia de las oligarquías locales, pues ellas no han podido construir un vínculo emocional semejante con el pueblo ecuatoriano desde su traición a Alfaro. Al contrario, en los últimos tiempos las masas más bien fueron díscolas con ellas. Así pues, en tanto ya no somos su ‘chusma’, somos ‘borregos’ del ‘Otro’, de su enemigo.
Sin embargo, no todo es negativo con el borrego o ‘cordero de uno a dos años’, como lo define el diccionario. Por el contrario, registra importantes simbolizaciones positivas por su asociación con lo sagrado en varias culturas, en las que se le sacrificaba a las divinidades, en algunos casos como sustituto del ser humano.
En otras se le consideraba un ‘animal puro’. En el cristianismo esa idealización parecería alcanzar un hito, al simbolizar nada menos que a una divinidad: a Jesús, el ‘cordero de Dios’, el hombre-Dios destinado a conducir el gran rebaño cristiano.
Últimamente esta nueva palabra del léxico político ecuatoriano se ha enriquecido con una variante: ‘ovejuno’, o ‘relativo a las ovejas’, según el mismo diccionario. La variante, sin embargo, nos pone de cara a un nuevo sentido de ser ‘borrego’ o formar parte de un rebaño: el de la acción colectiva, que construye, justamente, Lope de Vega en su Fuente Ovejuna en la que todos los habitantes de ese pueblo actúan al unísono, como un puño y se responsabilizan por sus decisiones extremas. Ser ovejuno tiene aquí un sentido épico: formar parte de un rebaño que se rebela frente a la tiranía e injusticia y da una respuesta colectiva y absolutamente leal a su causa.
Desde este nuevo sentido, en total contrapunto al otorgado por la oligarquía, no cabría modificar el ‘comportamiento ovejuno’ como ha sido sugerido. Sería una impostura en estos tiempos históricos. Más bien valdría empoderarse de ese sentido contestatario y responder altivamente: ‘Soy ovejuna, ¿y qué?’. (O)