El mes de junio, en el que se celebra el Día del niño, pasó rápido y entre la convulsión política y otras novedades, me dejó en el tintero una reflexión sobre el trato, o mejor dicho, el maltrato que como sociedad damos a los infantes en nuestro país. Las cifras son alarmantes puesto que más de la mitad de los niños y niñas reporta haber sido víctima de maltrato, el 51% (EDNA INEI). Hay formas distintas de ese maltrato: el abuso físico, sexual, la negligencia, el abandono, el trabajo infantil. Nuestros niños son maltratados en casa y en la escuela; por padres, familiares y maestros.
Si cotejamos estos hechos con los modos en que celebramos el día de la madre y del padre podemos observar una sociedad francamente hipócrita y peligrosamente autoritaria, que no es capaz de respetar los derechos de los más pequeños e indefensos, mientras glorifica los roles tradicionales paternos. De tal forma que a la par que se ensalza el rol materno, más se le recarga de trabajo a una madre que frecuentemente tiene que vivir en una verdadera esquizofrenia entre producir y cuidar, llevado hasta el paroxismo del sacrificio que termina, frecuentemente, en un maltrato de los niños bajo su cuidado. Duro pero cierto, las madres ecuatorianas somos maltratadoras, hay que decirlo con todas sus letras, sacrificadas y maltratadoras.
Vivimos en una tensión indeseable entre estratos sociales en los que se concentraría con más fuerza la violencia, el maltrato y la represión como forma de relacionamiento con los más pequeños, mientras que en otros estratos se viviría una permisividad total que lleva a que los roles entre padres e hijos se inviertan, y a una pérdida de control en la forma de relacionarse con ellos. Ni uno ni otro. No son formas saludables y constructivas de relacionarnos con nuestros hijos.
Que somos una sociedad maltratadora nos lo demuestra el hecho de que no podemos cumplir con las metas de los objetivos de desarrollo del milenio (ODM) en cuanto a desnutrición infantil ¿O es que acaso pensamos que este es un tema que pasa solo por la disponibilidad de recursos económicos? De ningún modo, es quizá la expresión institucionalizada del maltrato a nuestros niños y niñas que como sociedad y Estado no queremos reparar. Son los nuevos niños de la revolución nos han dicho, los que nacieron y crecieron desnutridos en la Revolución Ciudadana: 1 de cada 4 niños sufre desnutrición crónica, siendo más alta en grupos indígenas y en las niñas. Sabemos que estos son hechos irreparables, perdimos la oportunidad y la perdimos para siempre con estos niños.
Frente a estas desesperanzadoras cifras nos podemos preguntar ¿qué hacemos como sociedad discutiendo acerca de las herencias y plusvalías sobre propiedades que los herederos ricos —y nada desnutridos— van a recibir algún día?, ¿qué hacemos invirtiendo tantos recursos y energías en espiarnos unos a otros, o en propaganda para persuadir y convencer?, ¿serán estos los temas trascendentales que como sociedad debemos debatir y en los que debemos concentrar energías y recursos? (O)