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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Songoro cosongo

10 de mayo de 2015

No existe lo que no se nombra, lo que no tiene sustantivo. El lenguaje es una herramienta social y política.  Ha sido uno de los recursos más potentes para la construcción del espacio cultural latinoamericano.

Hemos sido capaces de recrear los múltiples cantares de nuestros pueblos y aún el de los conquistadores, para al final, en lucha continua, nombrarnos a nosotros mismos. Cuantas palabras estuvieron acechadas por el silencio y la muerte. Cuando llegaron los invasores, no había siquiera algo que designara al verde horizontal–ceibo, ni palabra alguna para contener el amarillo granulado del maíz, ni tañido que sonara tovirisimi.            

La gente mira, siente e imagina y convierte las percepciones en representaciones, que al fin son palabras. Si las palabras para entender nuestro mundo y las formas como las tejemos tienen que ver con el palpitar de América Latina, ellas cobran vida y nosotros, los que habitamos su vientre, también. Cada palabra nuestra es un átomo propio, es un fragmento de la voz profunda de nuestra historia.

La riqueza idiomática parece reducirse y la gente maneja progresivamente menos cantidad de sustantivos o adjetivos: la realidad se achica, la conciencia se limita. Cada palabra nuestra desaparecida es un pedazo cortado de lo que somos; muchas palabras mueren todos los días y se quedan solo las que son útiles. Otras palabras están acechadas por el sistema, que poco a poco nos introduce sustantivos de su idioma para lograr que pensemos a través de coordenadas anglosajonas. Me gustó mucho que el presidente de la República, Rafael Correa, hablara de trinos en vez de twitter. Un trino, mil trinos sí evocan a América Latina, su esencia y su alma de pájaro.       

A la poesía latinoamericana le debemos mucho porque ha creado o mantenido los sustantivos para nombrar las cosas de nuestro mundo que no existen en los otros. Ella ha de-construido la sintaxis del conquistador y la ha vuelto a tejer, para capturar el ritmo y el color de nosotros. Si Nicolás Guillén no hubiera gritado: ¡Panimávida! no habría nieve y lluvia araucana. Si no hubiera escrito Songoro cosongo, nuestro idioma no sonaría como un chinesco de vida cuando quisiéramos hablar de nuestros pueblos afro.

La poesía es lenguaje creador y bello comprometido con la política. El lenguaje es también un campo de disputa y en ese forcejeo los nuevos poetas tienen una tarea que cumplir. No deben olvidar el llamado al ‘Combate poético’ de nuestro gran Jorge Carrera Andrade, quien nos susurra al oído y nos dice en escritura y verso:

“No permitas que rueden las palabras
de peldaño en peldaño hasta el estiércol.
Haz huir a los cuervos emisarios
de fealdad, que mienten en tu nombre.
Tú me darás el arma, Poesía
para abolir el reino del Oscuro
y devolver al hombre el patrimonio
de la luz transformada
en amor a las cosas del planeta”. (O)

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