Hace 100 días cuando empezó el confinamiento debido al coronavirus, experimentamos sensaciones de incertidumbre y miedo frente a la enfermedad y la muerte. A la vez, nos llenamos de interrogantes y pánico frente al futuro. Nos sentimos desamparados y desarmados frente a lo desconocido y surreal, que empezábamos a vivir.
Esta situación extraña propuso un ejercicio de autoanálisis sobre nuestra interrelación con el mundo:
De cómo en nombre del desarrollo, agredimos implacablemente a nuestro planeta, lo contaminamos, destruimos el hábitat de especies en peligro de extinción. De nuestro ataque vehemente a campos, selvas y bosques que son el pulmón de nuestro entorno.
Reflexionamos en esas primeras semanas sobre la importancia de ser más solidarios y empáticos con la humanidad, en la necesidad de ofrecer una respuesta certera contra la discriminación, el racismo, la xenofobia, la violencia doméstica, la violencia de género, las guerras.
Advertimos la imposición del consumismo a ultranza que nos exigió adoptar patrones de convivencia muy fatuos, como el “exitismo” en el que el TENER pesa más que el SER.
Estábamos convencidos que el género humano daría un giro, luego de estas consideraciones profundas, para hacer de este planeta, un mejor lugar para vivir.
Pero con el paso de los días, han ido apareciendo sombras siniestras que nos han sumido en una decepcionante vergüenza de la condición humana: la corrupción desenfrenada de autoridades que han medrado de la muerte y el dolor humanos, ¡insólito, desgarrador, inconcebible!!
Fantasmas inescrupulosos con nombre y apellido que ultrajaron el sistema de salud.
El panorama desolador de una economía que se vino abajo: muchas personas se quedaron sin empleo, varias industrias, empresas y emprendimientos cerraron definitivamente. La pobreza se agudizó aún más, las máscaras de la opulencia, se cayeron mostrando el rostro del hambre y la miseria.
La insensatez egoísta de armar fiestas callejeras y aglomeraciones en los espacios públicos, irrespetando las normas básicas de bioseguridad.
Quisiera ser un pequeño colibrí con su danza de colores… (O)