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El Telégrafo

Solos en medio de muchos

17 de julio de 2011

De manera similar a otros seres de la Creación que cohabitan en familia y estas en grupos más amplios, los humanos necesitamos convivir en sociedad para procurarnos bienes y servicios que hagan más confortable y segura nuestra existencia. Pero no solo el intercambio de cosas que no podríamos producir solos es lo que nos hace conformar comunidades, sino la necesidad de interactuar con otros individuos para compartir una conversación, una frase de aliento, una información, opinión, consejo, o reunirnos para comer juntos, ver un espectáculo, ir de paseo, o simplemente sentirnos acompañados.

Hace unos días recibí una llamada en mi celular, y al contestar, una tímida voz femenina me pidió disculpas porque -según ella- marca números al azar para tener con quien hablar; en otro momento, un miembro de mi familia, quien vive hace más de una década en Estados Unidos de Norteamérica, me dijo que estaba preparándose para regresar al Ecuador, pues según él, pese a la organización y al progreso que ofrece aquella nación norteamericana, hay una gran carencia de confraternidad entre sus habitantes, quienes han perdido de manera significativa la capacidad de ofrecer uno de los bienes más preciados que poseemos los humanos: la amistad.

Esto no es nuevo, pues casi todos los ecuatorianos tenemos un pariente o amigo cercano viviendo en Estados Unidos, y hemos escuchado de ellos similares comentarios. El punto es tomar conciencia de lo importante que son las relaciones humanas para nuestra salud mental y espiritual, de manera que no perdamos estas facultades, ni permitamos que nuestros hijos las ignoren, pues llegaríamos a conformar una sociedad despersonalizada, fría, mezquina y cínica.

La “magia” de Internet nos permite hoy tener contacto con amigos y familiares que se encuentran lejos, y ha logrado -incluso- que establezcamos a través de las redes sociales nuevas amistades con quienes coincidimos en diversos temas, o nos reencontremos con amigos y ex compañeros a quienes habíamos dejado de ver por décadas, generando una agradable y a veces emocionante relación cibernética que, no obstante, jamás suplirá una relación personal y directa.

Lo cierto es que la soledad no es propia de los seres humanos, por lo cual huimos de ella, pese a ser -a veces- sus propiciadores involuntarios, pues, de alguna manera, sabemos que cada uno somos solo elementos de un gran órgano común que se debilita si estamos desconectados, como una célula que moriría si, de pronto, su núcleo se disociase.

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