Desde mucho tiempo atrás conocí la poesía de Sonia Manzano, exquisita poeta dedicada al culto de las palabras, a la expresión de sentimientos, a la dedicada búsqueda de la expresión adecuada para cada situación, pero también a la ruptura de los esquemas, dejando oír su potente voz en el concierto literario nacional y suramericano.
Fue la propia Sonia, quien puso en mis manos esta, su cuarta novela titulada: “Solo de vino a piano lento”, con la que descubrí a la narradora consumada, no había tenido la oportunidad de leer su prosa, a pesar de que ya había sido galardonada con premios importantes a su narrativa en diferentes certámenes.
Debo confesar que quedé atrapada por su capacidad de narradora, por la combinación precisa entre su pasión por la música, la ejecutada en el piano por Zulema, la protagonista y las disquisiciones que la atrapan en su vida familiar e íntima. Las descripciones de las consecuencias de la bipolaridad de la hermana y la sobrina, las tragedias personales de quienes la rodean, pero también los destellos de humanidad que salpican toda la obra.
El preciosismo con el que relata la imbricación entre la música y la vida de la protagonista se pone de manifiesto desde el comienzo, así como la dificultad para conseguir los recursos por parte de quienes se dedican al cultivo del arte, una paradoja permanente en la vida de artistas y creadores.
La verdad es que Sonia Manzano con “Solo de vino y piano lento” se ubica entre las mejores novelistas ecuatorianas; su voz es potente y es íntima, recrea las escenas, conecta personajes, describe realidades y sueños.
Mi homenaje a la escritora guayaquileña y a su capacidad y versatilidad literaria.