Sorpresivamente esta semana que termina vimos a muchos dirigentes reunidos bajo el logo de CREO: desde un ex dirigente sindicalista, un ex presidente de la ID, pasando por los llamados rezagos de la partidocracia y hasta unos “ilustres desconocidos”. Y seguramente, algunos de ellos serán promovidos en las listas para asambleístas del movimiento creado y solventado por el banquero Guillermo Lasso.
Ninguno de los presentes (en el hotel Marriot y con toda la estética y libreto “agringado”) se reconoce de derecha. Se proclaman de centro y eufemísticamente se plantan sobre el machacado discurso por la “defensa de las libertades”. Su propuesta política se sintoniza con el “pensamiento” de Lasso: “Otro Ecuador es posible”.
Parece que tienen vergüenza de reconocerse o asimilarse con la derecha. ¿Sienten que es una “mala palabra” en el léxico político nacional, ni siquiera porque sus postulados más esenciales sean negativos sino porque el pasado de este sector se asume como el responsable de la pobreza, la crisis financiera y una serie de males que aquejan al país desde hace más de tres décadas? ¿Por eso eluden constantemente un autoreconocimiento de sus convicciones para justificar su apoyo a Lasso?
¿Si un ex ID, un sindicalista o varios llamados independientes y de centro se cobijan en las banderas de un banquero y de unos postulados que no son ajenos a los del Opus Dei y al liberalismo más ortodoxo, cualquiera tendría recelo de confesarse como su “apóstol”?
Lasso se instaló como el contradictor ideológico del proyecto político vigente en Ecuador desde el 2007. Aunque reconoce cosas positivas, en el fondo sus tesis y planteos políticos y sociales no son para nada ajenos ni novedosos a lo ya vivido en nuestro país y los que lideran en el extranjero Angela Merkel y Mariano Rajoy.
La pregunta es ¿por qué se juntan a Lasso esos actores políticos? ¿Por el puro oportunismo? Sí, se nota en algunos que no pueden dejar pasar esta “oportunidad”. No les queda de otra tras el suicidio de sus propias organizaciones. Sería obvio que Concertación de César Montúfar y Juan Carlos Solines esté en CREO, pero ¿cómo los ex socialdemócratas, formados en las tesis de Rodrigo Borja, se entusiasman tanto y hasta se someten a un banquero que ha confesado públicamente sus convicciones más conservadoras? Una respuesta posible es que son los mismos.
Otra, quizá la más plausible: Rafael Correa decantó tanto el panorama político nacional que obligó a muchos a revelarse en sus esencialidades que solo se camuflaban con discursos y poses sociales, para ganar elecciones o acercarse a un electorado ávido de respuestas de otro tipo.
Y ese precisamente es el tema de fondo: la decantanción política ocurrida en estos años también coloca a cada uno donde mejor se sintoniza con sus propias convicciones. La izquierda tacha de derechoso el proyecto liderado por Correa; la derecha de comunista y totalitario. ¿Por tanto?
Las próximas elecciones serán un catalizador del proceso político ecuatoriano y de sus actores más dinámicos de los últimos años.
A diferencia de lo ocurrido en el 2006, donde Álvaro Noboa materializó la extinción de un proyecto oligárquico, y del 2009, donde ya no existían posturas ambiguas, pues toda la derecha se fue con Sociedad Patriótica, lo que veremos en el 2013 serán tres claras tendencias en disputa, agrupadas en más de tres candidaturas posiblemente. Esas tendencias son:
1.- Una izquierda “ortodoxa”, carente de propuestas movilizadoras y ajustada al libreto clásico de oponerse a todo aunque las partes de ese todo indiquen que algo ha cambiado para bien y con su apoyo.
2.- Una derecha incapaz de reconocerse en sus carencias frente a las nuevas realidades del Ecuador y del mundo y que, con su discurso y dinero, atrae a todos los rezagos de la partidocracia, en busca de retomar sus añejas tesis. Y en ella, su nuevo “líder”, que va a recibir el auspicio de los dos alcaldes socialcristianos más “exitosos”, ni siquiera estrecha la mano de los socialdemócratas y ex sindicalistas.
3.- Un proyecto político de izquierda mucho más pragmático, que no se ajusta ni se hace líos por quedar bien con la izquierda tradicional y menos por confrontar con el gran capital. Aunque sabe que con el sector financiero y con el problema de la tierra no ha sido del todo revolucionario. Ese proyecto político moviliza a decenas de alcaldes a su favor por el propio pragmatismo de su propuesta.
Y todavía genera pasiones y convoca masivamente a diversos sectores sociales, económicos, culturales, étnicos y etarios porque sostiene una ilusión movilizadora potente: hacer realidad la revolución de los ciudadanos.