La memoria, qué pena la memoria, tan solo jirones de ella quedan con el paso de los años. El futuro es hijo del ayer. ¿De qué ayer? La derecha tiende a olvidar el pasado, esa ha sido una constante para permitir morir en la cama a los déspotas y criminales.
Así murió Pinochet y así acaba de morir un criminal de guerra nazi, Klaas Carel Faber, a los 90 años, en el sur de Alemania, sin que jamás haya respondido por sus crímenes.
“La base de Manta se hace extrañar”, algo así dijo el otro día Alfonso Espinosa de los Monteros en un comentario que compromete a Ecuavisa, porque supuestamente se ha incrementado el tráfico de la droga en nuestro país. No se han presentado datos, o información certera, que permita dar como válida semejante inferencia y, peor, añorar épocas coloniales.
“Sociedad Patriótica no pasó de ser una sociedad de ignorantes y oportunistas…”. “Gutiérrez no tenía mérito alguno para ser presidente…”. “La crisis financiera sepultó políticamente a Hurtado”. “Los banqueros de la catástrofe de 1998 y 1999 seguían influyendo con esa televisión irresponsable y regionalista”. Son algunas de las afirmaciones de Simón Espinosa Cordero en ¿Qué será? Será. Caída y fuga de Lucio Gutiérrez. El Abril de los forajidos, publicación de Hoy online.
Hoy Espinosa, el talentoso, el columnista, dice que votaría por Gutiérrez, no le quedaría otra. También ha devenido experto escatológico cuando sigue a un cadáver: Hurtado.
Da pena, porque él también suscitó adhesiones cuando era perseguido por Febres-Cordero. Con Juan Cueva, y desde el Banco Central, irrumpieron para enfrentarlo, como otros tantos que desde pequeñitos espacios combatíamos al déspota. Su pluma, como frágil, casi inerme, nos terminó representando durante esos años tan repletos de injusticias y violencia. Se enfrentaba a esa derecha desde donde se podía, esa era la tarea mayor.
Da pena porque Espinosa, el pensador, no confundir con el otro, a quien siempre le aterró la cámara y el micrófono, parecía un ser humano del futuro, un adelantado. Hoy como que añora, quizá por descuido o por cansancio, un pasado que, dice él, tenía instituciones. ¿Qué instituciones? Serán aquellas que permitieron tanto descalabro.
No es hoy el mismo, no solo porque el tiempo nos ha pasado con sus inevitables devastaciones, sino porque la promesa que sus palabras encerraban él intenta sepultarla. Esa la pena mayor. Otra vez nos quedamos sin memoria. Otra vez añorando épocas repletas de déspotas y criminales.