Durante el confinamiento, enfrentamos en las redes a estadísticas, análisis, interpretaciones o videos tratando de explicar la situación a la que nos enfrentamos como país y como miembros de una familia. La pregunta que anda rondando nuestras mentes es cuán solidarios o egoístas podemos ser los ecuatorianos.
Revisando las noticias de fuentes calificadas, nos encontramos con hechos, por decir lo menos, bárbaros y salvajes. No me puedo explicar la indolencia, con olor a complicidad gubernamental, de venta de los cadáveres de familiares muertos por contagio; ventas de equipos y medicamentos en los hospitales públicos con exorbitantes sobreprecios; nombramiento de administradores observados por la justicia para dirigir las diferentes instancias del sistema de salud y de seguridad social, o el inflamado cinismo con el que ciertas autoridades torean a la mínima rendición de cuentas transparente y honrada.
Con qué ojos podemos ver a un empresariado que, perteneciendo a una cultura religiosa católica, miran para otro lado cuando escuchan el principio promulgado desde antiguas encíclicas, acerca de la justicia social con equidad. Con qué ojos podemos ver centros de educación superior que privilegiarán el rendimiento económico sobre la calidad de la educación. Con qué ojos podemos ver una ciudadanía apática de los destinos de nuestro país.
Los indicadores cuantitativos y cualitativos nos hacen ver con escepticismo la posibilidad de superar esta crisis por medio de la solidaridad y la unidad nacional. Es el egoísmo el que nos está llevando a la profundización de la propagación del coronavirus.
Quizás en la especie de los mamíferos, el hombre sea el animal menos solidario de todos. Para citar tan solo un ejemplo, las cebras y los antílopes, frente a una amenaza exterior, el sentimiento de manada se impone sobre el instinto individual. Mayoritariamente somos un pueblo egoísta. El pobre se come al pobre y el rico cada vez querrá ser más rico. (O)