Al sentarme a escribir esta columna me he visto a mí mismo “en blanco”, sin saber cómo llenar el espacio de los caracteres de las breves columnas que semanalmente debo escribir (esto casi nunca me ocurre). Sin una idea clara en mente, he hecho lo que en otras ocasiones: pensar en los temas más urgentes, o en algunos otros de la cultura, algunos perentorios, otros no. Pero no he logrado mucho.
Como un pescador en un río desprovisto de vida, no he podido atrapar ninguna idea concreta –aun sentado y paciente–. Nada que me inspire verdaderamente a “decir mi parte”, a dar mi opinión concreta sobre, por ejemplo, nuestra crisis económica, política, social, cultural, o sobre el concepto de “golpe de Estado” y la situación de Bolivia, o sobre Chile y la violencia, o sobre Chile y la represión, sobre los populismos de izquierda y derecha que nos acechan. Sobre tantas cosas, en fin…
El columnista, se supone, debería poder decir algo que ayude, en la medida de lo posible, a orientar otras opiniones; a poner, cuando es del caso, los puntos sobre las íes, a señalar con el dedo lo que hay que indicar de este modo. Pero debo admitir que me he sentido sobrepasado por la ola de sucesos de los últimos tiempos en Latinoamérica.
¿Qué decir que no sea traducido en algo apenas minúsculo en relación con la irrebatible e incontestable realidad? ¿Qué decir que no me haga sentir que apenas he cumplido una labor de relleno ante lo inabarcable? Recordé entonces al maravilloso personaje del intelectual de Ocho y medio cuando hablaba del elogio de Mallarmé a la página en blanco.
La inmensidad del vacío, de la ausencia que comúnmente afronta quien se dedica a escribir, es algo que nadie que se tomara en serio enfrentarse a una página vacía puede obviar. La soledad de la página en blanco es, de algún modo, la soledad del escritor frente a su labor. Grande o modesto que sea, la sensación de quien escribe, ante esto, es siempre la misma.
Y acaso esta vez no deba sino dejar constancia de que lo que sea que ahora mismo pueda decir sobre lo que sucede en nuestra región, prefiero no decirlo hasta entender de mejor manera los tiempos que discurren. (O)