Mi nombre es Verónica Ocaña y mi caso se dio a conocer como #LaManadaEc a comienzos del año 2018. Durante el tiempo que mi denuncia ha sido llevada por la justicia he tenido que soportar la burla de sus operadores, desde el mismo momento en que decidí denunciar a mis depredadores.
Jueces que se refieren a mis partes y prendas íntimas con palabras soeces, obscenas y vulgares; trato despectivo de sus subalternos; y, lo más grave, la pérdida de pruebas que me favorecen y de expedientes completos.
En medio de este escenario agreste que protagonizan quienes deberían velar por las víctimas, se asume que la sociedad sí va a mirarnos con empatía y comprensión. He tenido que sufrirlo en carne propia para constatar que no es así, que las víctimas estamos en el ojo del huracán y que somos constantemente juzgadas y, prácticamente, culpabilizadas de lo que nos sucedió.
Es así que tengo abiertos varios frentes: el enredo jurídico en el que se ha transformado mi caso, la persecución de mis violadores y su banda (que incluyen amenazas de muerte), la falta de empatía de la sociedad y uno que no me esperé: el acoso constante, enfermizo, misógino y obsesivo por parte de mis empleadores.
Frente a ello he interpuesto varios recursos administrativos y jurídicos; todos ellos han rebotado inexplicablemente, pese a las múltiples pruebas presentadas. Estas pruebas son tan graves que mi victimario, incluso, ha sido demandado por tráfico de influencias, cobros indebidos y proteger a la agresora de una menor de edad.
Llevo más de dos años sufriendo todas estas vejaciones que han deteriorado gravemente mi estabilidad financiera, emocional y psicológica; porque, a más de la inoperancia de la justicia (dos de mis agresores fueron absueltos y uno podría tener la misma suerte), soy perseguida y amedrentada constantemente por la red de delincuentes que me ultrajó.
Sin embargo, para la justicia, la sociedad y mi entorno laboral soy yo quien debe ser castigada, menospreciada y acribillada. ¿Mi delito? poner mi vida en esta lucha y tener la osadía de no callar. (O)