Nunca nos hemos sentido tan frágiles como en estos días. El tiempo se ha tornado infinito. Hemos perdido la noción del aquí y ahora. Todos los días parecen domingos. La fragilidad se manifiesta de diferentes maneras. Nos sentimos rotos.
En su angustia de volver a la normalidad, el ecuatoriano ha tratado de estabilizar la barca de manera imaginaria. Algunos saliendo a vender lo que se aparezca. Los empresarios presionan con desesperación a las autoridades por el regreso a esa ansiada normalidad. Los trabajadores dispuestos a jugarse la vida. Los empresarios desesperados por no perder la producción. ¡Qué difícil lograr el justo equilibrio y el justo medio! Tratamos de negar y hacernos los ciegos frente a la imposibilidad de regresar a esa antigua normalidad que nunca volverá. Tenemos que crear una nueva normalidad.
Decía que una gran mayoría nos sentimos rotos, quebrados, desestructurados. Se cayó el mundo y nosotros con él. Recuerdo el arte de los japoneses del kintsugi (ligazón dorada). Es el arte de recuperar piezas de porcelana fina rotas, quebradas o despedazadas. Nosotros normalmente las botaríamos a la basura. Según este arte o filosofía, las reconstruyen y les dan un sobrevalor.
No las pegan con cemento de contacto, como lo haríamos aquí. El kintsugi rescata con laca y oro puro, esas joyas de porcelana. Se tornan objetos más valiosos. No esconden las cicatrices ni disimulan los quiebres. Por el contrario, el oro resalta la huella del pasado. Es un homenaje al recuerdo de lo pasado; el ser humano, es como esas cerámicas, seres imperfectos y contingentes.
Dice la tradición, que los soldados japoneses al regresar de la guerra, mostraban sus cicatrices como una evidencia de que habían luchado y sobrevivido.
Ecuador le queda sobrevivir en la fragilidad, recordando que debemos celebrar el tiempo pasado ligándolo al futuro. Debemos mirarnos a nosotros mismos como seres valiosos y abiertos al mundo. (O)