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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Sobre el estancamiento de lo nacional-popular

15 de diciembre de 2015

Es aún demasiado temprano para trazar un balance de fin de ciclo, ya que eso sería aventurarnos en un ejercicio falaz: al fin y al cabo, Maduro, Correa y Morales siguen siendo presidentes y será la historia misma en revelarnos sus tramas imperscrutables. Sin embargo, las derrotas del kirchnerismo y del chavismo señalan unas dificultades innegables de los proyectos nacional-populares de cambio en América Latina e imponen un despiadado análisis autocrítico sobre sus límites, que solo por un obstinado espíritu partidista no se quisieron reconocer o visibilizar antes.

En un reciente artículo de Pablo Stefanoni titulado ‘El ocaso de los ídolos’, se esbozan sin tapujo algunas de las aristas político-ideológicas más problemáticas que han permeado el proyecto venezolano. No todas aplican a los demás países y el mismo autor lo recuerda haciendo notar que el caos económico de Venezuela no ha tenido paralelos en Ecuador y Bolivia. En este sentido, el país de Chávez no ha sido el ejemplo paradigmático del giro a la izquierda, sino su caso extremo. Aun así me parece que, presentándose en la forma más destilada, algunas de estas vertientes se prestan para avanzar una crítica a nivel regional.

La madre de todas es una cierta cultura nacional-stalinista de fondo, la cual ha asomado con distintos carices: en Ecuador, por ejemplo, no se ha vituperado la democracia como instrumento burgués -así como varios sectores del chavismo han hecho- y las consignas setenteras han tenido menos cabida. Pero su meollo se manifiesta con puntualidad en varias latitudes. Este se puede describir brevemente como la tendencia a la autosuficiencia de quienes ocupan el poder. La autosuficiencia está enraizada en la creencia de constituir un flujo inevitable de la historia y de reflejar automáticamente y apodícticamente los intereses del pueblo. De ahí la peligrosa ecuación: pueblo=partido=Estado.

Esta cultura es, evidentemente, mediada por otras. De este mestizaje derivan híbridos, los cuales, aun estando en un nivel de abstracción inferior, siguen teniendo vigencia para el análisis regional. Entre ellos, Stefanoni recuerda la pulsión antipluralista, la cual toma cuerpo en visiones plebiscitarias y en frecuentes maltratos de la institucionalidad, excepto luego exigir a la oposición un apego sueco a ley. Hay muchos otros campos de aplicación: en el discurso interno, las teorías de la conspiración se convierten en teorías del todo y en actitudes paranoides (y eso no significa que no haya boicots de las élites, sino que su alcance es sistemáticamente exagerado); en política exterior, en cambio, se ha vuelto a recrear un clima de guerra fría, gracias a una polarización a ultranza que ha echado a efusividades políticas con personajes francamente indefensibles.

Y luego hay el culto de la personalidad, una constante en todo el continente: a la vez motor inicial del cambio y luego su mayor obstáculo, ya sea para defender los logros o por un interés más estrecho de mantenimiento del poder.

El estancamiento actual puede ser una ocasión preciosa para que todos los experimentos progresistas de la región reflexionen críticamente sobre sus límites y, con humildad, procedan a reformarse. No va a ser fácil: hace falta un ethos de apertura hacia la contingencia que, me parece, se ha perdido hace mucho tiempo. (O)

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