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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Sobre el 12 de octubre en España

13 de octubre de 2015

Desde hace poco más de 100 años, el 12 de octubre rige en España como fiesta nacional. Lo políticamente correcto hoy en día empuja a expurgar las connotaciones más retrógradas de ese festejo -que alcanzaron su auge en el período franquista- y a enfatizar en términos ingenuos el momento de encuentro entre España y América Latina. Se llenan las declaraciones oficiales de frases bonitas y cordiales. Se tiende la mano a la comunidad iberoamericana entera en nombre de los rasgos lingüísticos y culturales que echan a mancomunarse. Sin embargo, este intento de resignificación se estrella contra una pared de mármol llamada historia y lo que nos rebota es una versión edulcorada del significado original cuyo meollo, a pesar de todo, persiste intacto.

No hace falta hurgar mucho ni ser un especialista en semiótica para constatar cómo las contradicciones, lejos de haberse resuelto, se arrastran un siglo después. El Día de la Hispanidad -así sigue siendo conocido, a pesar de no ser ya parte de la denominación oficial- es celebrado por las calles de Madrid a través de un desfile militar, haciendo de él el tercer día en el año a disposición de las Fuerzas Armadas españolas para lucir sus juguetes. Si lo que se quiere es evidenciar la fraternidad entre los pueblos hispanos, el despliegue de aeronaves, vehículos de guerra y millares de militares parece no ser la manera más sutil para vehicular el mensaje, si consideramos también que el ‘descubrimiento’ no fue exactamente un paseo dominical.

En la Ley 18 de 1987 se establece que la fecha “simboliza la efemérides histórica en la que España (...) inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”. Choca cómo de un plumazo se allanan las dificultades que caracterizaron esa proyección, la cual ciertamente no se limitó a la lengua y la cultura. No se trata aquí de aplicar criterios contemporáneos a hechos del pasado. Sin embargo, no se puede dejar de problematizar la conquista como un evento histórico complejo, y que también en su época no dejó de despertar indignación y consternación (como bien atestigua la obra de Bartolomé de Las Casas).

Más en general, si no se evidencia el carácter desigual y asimétrico de ese encuentro junto a sus reverberaciones culturales, políticas, sociales y económicas más profundas, las cuales determinan gran parte de la realidad de América Latina y de España de hoy, el festejo de esa fecha se convierte en un hueco ejercicio de adoctrinamiento nacionalista. De la misma manera, si hay que celebrar la grandeza de España, habrá que hacerlo a partir de fechas y hechos que no hieran la sensibilidad de poblaciones enteras.

Solamente el lamentable editorial del presidente español Mariano Rajoy podía entristecer más este día: en celebrarlo, menciona latinoamericanos que querían ser españoles, revelando así que su concepto de hispanidad consiste en la asimilación. Y para rematar, vuelve a establecer ese odioso paternalismo, recordando su empeño en la retirada del visado para peruanos y colombianos, y pronto también para los ecuatorianos. Qué pena que para que eso ocurriese había que suscribir un acuerdo comercial. (O)

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