El imperio mediático manejado por Estados Unidos, con su embrutecedor poderío, convenció a medio mundo de las inmensas bondades que tendría el asalto a Libia. Nada que ver con los apetitos petroleros del capitalismo salvaje. Nada que ver con el pillaje de 200 mil millones de dólares depositados por el Estado libio en la banca mundial. Nada que ver con el ansia de apoderarse de sus grandes reservas de agua, oro y otros minerales, a tiempo de convertir al desdichado país árabe en la mayor base militar de la OTAN en el gigantesco y turbulento continente africano.
El gancho usado para justificar el asalto a Libia fue una falaz careta: proteger a la población civil de la carnicería supuestamente ejecutada por las tropas de Gadafi, y defender los derechos humanos. Resultados: seis millones de libios condenados a la muerte y la violencia, el éxodo y el hambre; Trípoli, la capital de dos millones de habitantes, convertida en escombros; salvo Bengasi, todas las ciudades destruidas, Gadafi asesinado con saña canibalesca, mientras la población se acuchilla a sí misma dividida en tribus contrapuestas, mercenarios ávidos de fortuna, políticos de asalto e ilusos demócratas que, a la hora de la verdad, se dan cuenta de que apenas han cumplido el rol de idiotas útiles.
Obviamente, el imperio mediático finalmente cerró su bocaza. Se acabaron los titulares de escándalo, los fotomontajes, las montañas de mentiras, los discursos triunfales. Unos callan por conveniencia y algunos también por vergüenza, sin que falten los que cierran la boca por prudencia, ya que saben que algún día el tribunal de los pueblos juzgará y castigará los crímenes contra la humanidad cometidos en Libia. Sin embargo, alguna verdad se filtra, aunque sea débilmente. Por ejemplo, la conocida agencia norteamericana AP (Asociated Press) acaba de informar, 29 de noviembre, lo que sigue: “Libia. Los ex revolucionarios aún retienen a unas 7.000 personas, y algunas supuestamente han sido sometidas a torturas y maltrato, según la ONU. Muchos de los detenidos no tienen acceso a un proceso jurídico…”. He allí lo que sostiene la misma ONU que permitió y santificó el asalto a Libia. Pese a ello, ahora Washington y sus aliados y cómplices presionan para arrancar de la ONU carta blanca para una nueva guerra, esta vez contra Siria, reviviendo el mismo argumento utilizado contra Libia: protección de la población civil y defensa de los derechos humanos, para lo cual organizan un llamado Ejército Sirio Libre y lanzan bandas de terroristas y mercenarios para sembrar el caos, a fin de derrocar al régimen que goza de masivo apoyo popular.
En este caso, el objetivo no es únicamente Siria, sino cercar a Irán, su vecino y aliado comercial y militar, invadirlo, crear nuevas bases en Oriente Medio contra Rusia y debilitar la influencia de China en la región, todo con la agresiva participación de la derecha demencial y guerrerista que manda en Israel. Solo que el asalto a Siria significaría el inicio de la Tercera Guerra Mundial que, mediante una lluvia de bombas nucleares, acabaría con el planeta Tierra y pondría fin a la existencia de la humanidad. Así de simple.