Tal es el estado de descomposición en Ecuador que hay poco espacio para el asombro. El cinismo es descomunal y la falta de vergüenza una cotidianidad.
Cuando el señor Jaime Vargas, dirigente indígena, es llamado a la Fiscalía para que explique la incitación a la violencia que él desarrolló, incluyendo el llamado a las Fuerzas Armadas, para que remuevan de la presidencia a Lenín Moreno –a quien se refirió con epítetos burdos e infames–, con repudiable desvergüenza desconoce los hechos y, más bien, hace como que no sabe “de dónde vino el terrorismo”. El señor Leonidas Iza, más alevoso aún, indica que el culpable de la violencia es el presidente Moreno, por haber decretado el fin de los subsidios a la gasolina que, según dice, es el inicial acto de violencia y que el Presidente es el que debe ser imputado por la Fiscalía. Ambos tienen afanes de poder y al menos uno ha dicho estar preparado para la Presidencia.
El señor Pablo Dávalos, que se autocalifica como experto en economía, asesor de la Conaie, se ha embarcado en la tarea de promover los afanes electorales de sus amigos. Esperemos que se concreten tales candidaturas para que todos ellos reciban una descomunal tunda electoral, que es lo que merecen. La verdad es que ni siquiera deberían tener oportunidad de acceso a elecciones, pues su delito de incitación a la rebelión fue público, filmado y visto por millones de ecuatorianos. La cárcel es el lugar que les corresponde.
Por otro lado, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se ha llenado de vergüenza por el informe sesgado, cuyas conclusiones prácticamente ignoran la violencia criminal orquestada por quienes ejercieron la protesta infame de octubre de 2019. La CIDH solo ve violencia excesiva e injustificada por parte del Estado cuando la verdad es que la falta de firmeza, la tibieza de actuación de la fuerza pública: Policía y Ejército dieron pábulo a que los guerrilleros urbanos provoquen el maremagno que vivimos.
Si, finalmente, no hay castigo para los violentos, si la impunidad prevalece, Ecuador se encamina a la ley de la selva. (O)