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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Simón Narciso

27 de julio de 2017

Simón Narciso dudó de la opinión porque, según decía, equivalía a simples ‘pareceres’ o reflejo de impresiones, resultado de una necesidad individual de juzgar que no contribuía al tejido social. Por aquel entonces, escribió: “El resultado de las primeras impresiones se expresa con la palabra parecer, que, en el fondo, quiere decir ‘Dudo de mi observación’.

El que no tiene a quién consultar y no emplea nuevos medios de observar, se queda por algún tiempo en su parecer y, familiarizado con él, lo confirma llamándolo opinión. Consulta su opinión en un caso dudoso y da con otros que tienen la misma, porque no tuvieron con quién consultar sus pareceres y se consultaron.

Entonces, entre todos forman una opinión. La opinión no es sino un parecer envejecido; pero nunca la opinión envejecida podrá llamarse razón”.

Según el maestro, el problema del parecer-opinión devenía de definir la realidad a partir del reflejo y del ‘signo dominante’, desdeñando la totalidad y desconociendo que todo es circundante y circundado, y nada está aislado del conjunto. Para entender la totalidad y evitar una postura de opinión irracional, es necesario, añadía don Narciso: observar, reflexionar y meditar. Observar es ponerse delante del objeto para interiorizarlo; reflexionar es hacer reflejar la imagen y darle sentido, y meditar es comparar.

Cuando se observa, se reflexiona y se medita se logra la ‘perspicacia espiritual’. De acuerdo a su postura, muchos perspicaces, capaces de entender la complejidad, son los que harían una nueva sociedad para el bien de una república.

Don Simón Narciso dedicó toda su vida a descubrir cómo se construían interactivamente las ideas racionales sobre la totalidad, a efectos de plantear una revolución educativa de corte popular, que diera lugar a una sociedad renovada. Para ello sería de vital importancia la escuela social para los niños y niñas, basada en la lógica, el cálculo, el idioma y la práctica de la lectura. Consideró al lenguaje como un recurso superior, que debía ser gramatical y, al mismo tiempo, dibujado y hermoso. Y a la diversión como absolutamente necesaria, porque de esa manera podríamos salirnos por un instante de nosotros mismos, antes de caer presos de la irritación y los pareceres.

Hispanoamérica debía ser refundada por los hijos de los dueños de la tierra, por los mestizos, los pardos, las mujeres y los indios, después de desterrar para siempre la traficomanía (mercantilismo), la colonomanía (colonialismo) y la cultomanía o cultura de las letras como privilegio. En el continente sin fronteras habría alimentación, vivienda, vestido, salud, alegría y educación para todos y todas.

Aquel genio temprano que dio todo por los demás advirtió sobre el peligro del individualismo que promovían las ‘iglesias electrónicas’, que según él, penetraban y pregonaban solo la salvación personal, poniendo en riesgo el engranaje social.

Don Narciso nos dejó recomendado que: “Escribamos para nuestros hijos antes de llegar al doloroso trance de despedirnos de ellos, y de nosotros mismos para siempre. Pensemos en su suerte social más bien que en sus comodidades. Dejémosles luces en lugar de caudales. La ignorancia es más de temer que la pobreza”.

Simón Rodríguez (1769-1854) fue el maestro esencial de Simón Bolívar, el Libertador de América, la nuestra. (O)

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