Las salvaguardas o impuestos a las importaciones fueron creadas desde los albores de nuestros escuálidos Estados, para enfrentar la gula insaciable de los imperios y centros industriales, algunos de los cuales apoyaron las independencias, calculando subyugar nuestras economías.
La estrategia del gran capital en desarrollo durante el siglo XIX era doble: entregar préstamos a las repúblicas andinas, es decir, vender dinero para ganar más dinero; y, por otra parte, comprar materia prima a bajo precio para vendernos productos industrializados a costos elevados, de esta manera condenarnos a la dependencia y al consumismo. Dueños de la tecnología industrial, sus mercancías eran producidas en serie a precios más bajos que los productos elaborados por nuestros artesanos. En este esquema de dominación, no deja de ser asombroso cómo los pueblos hispanoamericanos fueron capaces de construir progresivamente Estados nacionales propios.
Poco después de consagradas las independencias, el testimonio de un capitán británico llamado Basil Hall dejaba ver su asombro ante el temprano consumismo de las élites que consumían vino francés de marca Medoc, tela velarte, champaña, usaban cubiertos Sheffield y mamparas hechas de algodón estampado Glasgow. El consumismo de los bienes importados asociados a valores de estatutos y jerarquía aparecía y, como consecuencia, los capitales nacionales salían a chorros para nutrir las ambiciones de los monopolios extranjeros. Entre 1819 y 1825 fugaron, solo desde Perú, un promedio equivalente de 27 millones de dólares, cifra extraordinaria para la época.
La presión de los imperios y monopolios para imponer el libre comercio tenía como fin obvio convertir a Hispanoamérica en el gran mercado de consumo de sus productos y para ello se aliaron desde el inicio con los comerciantes importadores, quienes enfrentaron las políticas de protección a la manufactura nacional. Nacían ya desde entonces las presiones por el bobo aperturismo, el laissez-faire y la firma de acuerdos equivalentes a los TLC o tratados de libre comercio.
José Rafael Revenga, de quien se dice que guió el pensamiento económico de Simón Bolívar, advertía, poco después de la Independencia, que la introducción de los artículos extranjeros en la naciente Venezuela estaba acabando, por ejemplo, con la industria de los jabones nacionales; y que incluso se llegaba a importar hasta velas y por ello agregaba: “Es sabido que, mientras más fiamos al extranjero el remedio de nuestras necesidades, más disminuimos nuestra independencia nacional”.
Terminadas las guerras por la Independencia, Simón Bolívar, el Libertador, debía convertirse en un estadista creativo, balancear la utopía y la realidad, para enfrentar las fuerzas del imperialismo y el capitalismo. Impuso en la práctica medidas de protección para el desarrollo de la agricultura y el amparo de las manufacturas nacionales. Desdeñaba del monocultivo de materias primas. Advertía por entonces: “Si no variamos de medios comerciales, pereceremos dentro de poco”.
Las salvaguardas son herramientas para enfrentarnos a los afanes de fuerzas superiores que buscan, desde hace dos siglos, acabar con nuestros países y desaparecernos. La tensión generada por los grupos de poder para evitar las salvaguardas tiene poco menos de 200 años. Nada nuevo bajo el sol lúgubre del capitalismo. (O)