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Ecuador, 06 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

En los últimos días hemos leído y mirado que tanto la derecha que triunfó electoralmente en Argentina cuanto la que ganó en Venezuela, empezaron a exhibir su desprecio por los símbolos que no pertenecen a su plató. El desmontaje de las fotografías de Simón Bolívar y Hugo Chávez –de la Asamblea Legislativa de Venezuela- dice mucho de la obcecación ideológica con que los opositores miran y conciben esos símbolos.

En Argentina sucede algo parecido. Se está realizando un inventario de las obras de arte que reposan en la Casa Rosada; pero atrás de la inocente medida se halla la intención de retirar los cuadros en los que están representados (en una sala especial) varios líderes latinoamericanos destacados e identificados con la izquierda de la región. Así, el macrismo podría esfumar unos símbolos tan caros a las luchas políticas y sociales de América Latina. Pero quizá lo más revelador de estos episodios sea la aversión a símbolos ajenos a los valores del supuestamente recuperado neoliberalismo.  

Lo simbólico –también- está implícito en las nociones y acciones de la derecha tradicional de estos lares; y tampoco está lejos de aquella que renace en Europa a golpe de desempolvar consignas e insignias mercantiles. Hay símbolos para todos.   

Que las tendencias ideológicas y políticas tengan símbolos es poco novedoso; no obstante, si una de ellas cree en la supremacía de los suyos, es indicio de que esos bienes -acaso abstractos-influyen de modo concreto en la vida cultural y social moderna.

Pero también es evidente que el uso indiscriminado de los símbolos, de derecha o izquierda, es un recurso que el capitalismo ha mudado, cada vez que le conviene, a través de su vieja praxis de hacer funcional todo dispositivo que implique sumisión, control o dependencia.

Ahora bien, que símbolos como Perón, Evita, Sandino, Túpac Amaru, el Che, Chávez y otros se hayan reconfigurado en delicados templetes de devoción política, tiene que ver más con el (contemporáneo) libre mercado de los símbolos, que con las doctrinas que aquellos hombres profesaron.

Por ejemplo: que una camiseta cualquiera tenga el estampado del Che no significa que quien la porta reclame para sí el comunismo que insinúa tal atuendo. Incluso si su imagen es colocada en un auto costoso tampoco quiere decir que el propietario asuma el pensamiento del guerrillero.

Pienso entonces en la impresionante capacidad que tiene el capitalismo para, simultáneamente, transfigurar y/o vaciar los símbolos que la izquierda levantó en el último siglo; porque esa forma simbólica se ha vuelto casi frívola, en el mercado light, gracias a unos zurdos juveniles que alientan y solapan la desacralización lenta de esos símbolos: modas, materiales fílmicos, discursos, panfletos, música, libros.

Quizás es hora de abrir las aguas de los símbolos. La supresión de uno o todos ellos, verbigracia, Bolívar, Perón o Evita, es señal de un naciente imaginario que pronto, en Argentina, ocupará (no se sabe si en el anverso o reverso de sus billetes): caras de mamíferos y pájaros. Sin contar con la hazaña macrista de sentar a su perro ‘Balcarce’ en el sillón presidencial. ¿Otro nuevo símbolo? (O)    

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