De manera constante y a veces hasta reiterativa hemos abogado por el diálogo, la necesidad de conversar, de solventar las diferencias, de concesiones mutuas que deben hacerse para conseguir llegar a acuerdos o al menos a convivencias pacíficas.
Este requerimiento sirve para todas las instancias de la vida, tiene que ver con la posibilidad de sentarse ante una mesa, o al menos hacerlo, ya que la pandemia así lo exige por el indispensable distanciamiento social, usando la maravillosa tecnología que ha puesto a disposición de los seres humanos la posibilidad de hablar a la distancia, de usar las plataformas digitales y todos los adminículos que se han creado para el efecto.
El diálogo se requiere para que funcionen las parejas y las familias, para que los trabajos y las oficinas, los emprendimientos, las multinacionales, tengan un decurrir tranquilo y eficiente.
Y por supuesto se necesita un diálogo fecundo entre gobernantes y gobernados, como lo que se plantea en los diversos sectores, tengan ellos que ver con el magisterio, con la transportación pública, con los productores agrícolas y ganaderos, con los mineros y los sectores de la producción.
Pero hay que poner énfasis también en la necesidad de las vinculaciones internacionales, todas ellas importantes y algunas tan sensibles como las que dicen de la protección de nuestros recursos pesqueros, por ejemplo, que tienen que ver con la seguridad alimentaria de la población nacional y también con la protección del ambiente frente a las amenazas del cambio climático.
En este último aspecto, hay que incidir en el tema de los pequeños pescadores que necesitan ir al mar todos los días para tener su sustento cuotidiano, así como también en las grandes compañías pesqueras del país, en quienes les proveen de combustible, y por supuesto dialogar con potencias como China, Japón, cuyas enormes flotas pesqueras pueden barrer el mar y causar perjuicios enormes al presente y al futuro de los seres humanos