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El Telégrafo
Ramiro Díez

HISTORIAS DE LA VIDA Y DEL AJEDREZ

Si tuviéramos esos burros

17 de marzo de 2016

¿Se podrá leer el pensamiento? Claro que sí. Basta mirar un libro. Al leerlo usted conoce lo que el autor pensaba en el momento de escribirlo. Esta es la más grande hazaña del ser humano: hacer que líneas y puntos permitan desentrañar un mensaje que se agita en la mente de quien escribe el texto. Es lo máximo, aunque lo hagamos de manera natural.

El libro, decía Borges, es la más asombrosa de todas las creaciones del ser humano. Todo lo que hemos inventado es una prolongación de nuestro cuerpo. Las armas son prolongación del brazo, para matar a distancia, la radio, de nuestros oídos para escuchar a lo lejos. Pero el libro, por ser prolongación de nuestra mente, ha sido quemado, perseguido, prohibido. Por suerte, en algún lugar del mundo hay un burro aliado de la educación. Y si fuéramos justos, debería tener un cargo honorífico en algún ministerio, porque ayuda a la cultura de muchos seres humanos.

Sucede en Colombia, en la costa Caribe. Allí, Luis Soriano, amante de la literatura, cargó un burro con sus libros, lo llamó Biblioburro y decidió recorrer los lugares más pobres, donde la gente ha vivido huérfana de letras. De aldea en aldea, con calores agobiantes, por caminos polvorientos, cuando viene el Biblioburro cargado de libros, los niños y los viejos tienen su fiesta. Allí, donde nada existe, ellos ya han leído Cien Años de Soledad, resúmenes de El Quijote, Pedro Páramo, y novelas de Steinbeck, entre otros.

El Biblioburro empezó con 70 libros y gracias a donaciones ahora tiene casi 5.000 libros que va rotando y prestando de choza en choza, donde lo esperan cada día con ojos cada día más felices e inteligentes.

Pero hay sorpresas. Cuando la gente empieza a leer, también se torna crítica. En una madrugada, cerca del municipio de Aguachica, el Biblioburro fue interceptado por dos encapuchados que le ordenaban detenerse. Parecían jóvenes. “No traigo plata”, dijo el hombre del Biblioburro. “Y nosotros no tenemos armas”, respondieron los asaltantes, en tono severo. “No te vamos a hacer nada. Solo queremos revisar los libros.” Cuando encontraron una obra de Paulo Coelho, le dijeron que ojalá no le diera de leer eso a la gente de la región. “No jodas al pueblo con eso, carajo…mejor préstales estos otros…” Entonces le entregaron El Viejo y el Mar, de Hemingway, poemas de César Vallejo, y dos novelas ecuatorianas: Huasipungo y Las Cruces sobre el Agua. “Nosotros aprendimos a leer contigo, compadre”, le dijeron, le dieron las gracias y, sin quitarse la capucha, al galope, se perdieron en el monte.

En la vida no es solo leer, sino saber leer. En ajedrez, igual: no solo jugar, sino saber jugar.

                                                       1.-  AxC- TxA; 2AxP jaque y gana la dama.

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