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El Telégrafo

“Si tan solo postrado me adorares”

04 de diciembre de 2011

Desde que el ser humano fue creado, ha sido expuesto a constantes tentaciones relacionadas, sobre todo, con el poder y el placer; en el relato del libro bíblico llamado Génesis, leemos la primera tentación en el Paraíso, relacionada con el “árbol del conocimiento del bien y del mal”; más adelante en los evangelios, nos encontramos con la oferta que Lucifer hiciera nada menos que al mismísimo Jesucristo, cuando mostrándole todos los reinos de la Tierra le ofreció: “A ti te daré todo esto y la gloria de ellos, si tan solo postrado me adorares”.

Otros escritos considerados sagrados por diversas religiones, como el Corán del Islam, los Vedas, el Bhagavad Gita hinduista y los Cánones del budismo, también resaltan la importancia de las tentaciones en la vida de los hombres.

Más allá de lo que pensemos sobre los detalles de estos episodios y, si somos o no creyentes, lo importante de este análisis es considerar el frecuente acoso de tentaciones relacionadas con el poder y el placer, pues, la verdad es que tenemos una profunda y casi irresistible atracción hacia estas dos cosas.

En nuestra vida cotidiana, y al margen de nuestras actividades o la esfera en que nos movamos, nos cruzamos a cada rato con estos desafíos, reconociendo lo difícil que es tomar decisiones correctas; por eso el apóstol Pablo dijo: “El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”. Pero quienes de alguna manera poseen la capacidad de ofrecer placer y poder son quienes más conocen cómo seducir a sus víctimas, y esto lo saben desde la ramera y el expendedor de drogas, hasta quien dirige una organización de cualquier índole u ostenta un alto cargo en alguna entidad.

Los guionistas, productores de cine y quienes realizan obras relacionadas con fábulas e historias de reinos imaginarios, suelen exponer muy bien el tema de las ambiciones y tentaciones humanas, mostrando escenas donde el “monarca” exige obediencia ciega y adoración a sus lugartenientes, a cambio de privilegios y una cuota de poder, lo cual, por cierto, ha sido práctica común en la historia de los reinos terrenales desde tiempos remotos hasta la fecha, aunque ya no se obligue al cohechado a postrarse o arrodillarse literalmente.

Al fin, da lo mismo; la ambición humana en su máxima expresión permite que tanto quien ostenta el poder como quien anhela una cuota del mismo se complementen bajo el siempre vigente convenio de: “te daré esto y aquello si tan solo me sigues y obedeces”.  Así, Lucifer vive en cada acción que lo imita.

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