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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

¿Será que tenemos cerebro de hormiga?

Historias de la vida y del ajedrez
30 de abril de 2015

De todo lo que en el universo conocemos, nuestro propio cerebro es lo más sorprendente. Y lo más paradójico es que las cien mil millones de neuronas nos permiten componer la Novena Sinfonía y saber bien lo que pasa en una lejana galaxia, pero no lo que sucede en el mismo cerebro. Decía un humorista que el cerebro era su segundo órgano preferido, aunque lo usaba bastante menos. Pero lo que no tiene nada de chistoso, aunque sí de cierto, es que el cerebro es como una cebolla.

A lo largo de millones de años, ese órgano se ha venido formando capa sobre capa, desde lo más primitivo hasta lo más sofisticado. Por eso en nuestros comportamientos arrastramos la memoria del cerebro de las lombrices y las serpientes, de las gallinas y de las ratas, para citar solo algunos congéneres.  Este dato ya no resulta muy chistoso para algunos humanos que se ufanan de supuestos orígenes extraterrestres, y prefieren no pensar en ello. Y las otras especies se avergüenzan de ser parientes, así sea lejanos, de nosotros, los humanos.

Pero hay, entre los millones de animales, uno que se nos parece mucho. Son las hormigas. En estado natural, los peores enemigos de las hormigas son las mismas hormigas, lo mismo que nosotros los humanos, que somos nuestro peor peligro. Esto sucede todos los días en la selva amazónica y parece una película de terror. Un río de hormigas rojas, en una marcha incontenible, obedeciendo órdenes misteriosas, de un solo golpe, se lanza contra un hormiguero de una especie similar, y al entrar decapitan a todas las hormigas adultas en un baño de sangre que quisiera más de un líder mundial.

Enseguida roban a las larvas y las llevan a su hormiguero. Al nacer, las nuevas crías serán sus esclavas y conseguirán para ellas todo el alimento. Estas hormigas nacen, viven y mueren esclavas. Ya, con tal ejército de obreras pacíficas, las hormigas atacantes se tornan amables. Basta con que trabajen para ellas, como hormigas, el resto de sus vidas. En el Sahara existe una especie cuya reina, después de ser fecundada, se acerca a otro hormiguero enemigo, y la llevan al interior, como rehén.

Allí, la misteriosa prisionera se trepa sobre la reina propietaria, le corta la cabeza, y empieza a poner sus propios huevos que son protegidos y criados por las hormigas invadidas. Al final, la población de las invasoras se impone y de los crímenes no queda ninguna memoria. Cuando miramos la historia de muchos pueblos, el parecido es evidente. Y hay quienes dudan del cerebro de hormigas que tenemos los humanos. En ajedrez, también, el ser invadido se paga caro. (O)

 

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