“Hijo: Entonces, ¿Lo harás?
Padre: Sí, empiezo a entrenar mañana.
(…)
Hijo: ¿Estás nervioso por la pelea?
Padre: Estoy aterrado.
Hijo: No lo demuestras.
Padre: No debo hacerlo.
Hijo: ¿Entonces, Papá, no tienes que hacerlo?
Padre: Yo creo que sí.
Hijo (con tono enérgico, el cual avanza hasta llegar a la indignación):
(…) Las personas me miran pero te recuerdan a ti, y ahora con lo que está pasando será peor que nunca.
Padre: ¡No tiene que serlo! (…) tú tienes tu vida.
Hijo: ¿Con mi apellido? Por eso tengo un buen empleo, Papá (…) ahora estaba saliendo adelante; comenzaba a lograr algo por mí mismo, y pasa esto (…) No sigas con esto, sí, porque terminará mal para ti y terminará mal para mí.
(…)
Hijo: (…) ¿No te importa lo que piensen de ti? ¿No te molesta que las personas te tomen a broma y que a mí me incluirán en eso? ¿Crees que es correcto? (…)
Padre: No vas a creer esto, pero cabías aquí (muestra la palma de su mano derecha). Te levantaba y le decía a tu madre: “Este niño va hacer el mejor hijo del mundo. Este niño será mejor que cualquier persona del mundo”. Y creciste siendo maravilloso. Era genial verte todos los días. Era un privilegio. Cuando llegó el momento de que fueras un hombre y enfrentar al mundo, lo hiciste; pero en algún momento cambiaste. ¡Dejaste de ser tú! Dejaste que las personas te señalaran y (te) dijeran que no eras útil. Y cuando se volvió duro empezaste a buscar a quien culpar, como a una sombra. Te diré algo que ya sabes: “El mundo no es un arcoíris y nubes rosas. Es un mundo malo y muy salvaje. Y no importa que tan rudo seas: te pondrá de rodillas y te dejará así permanentemente si lo dejas. Ni tú, ni yo ni nadie golpeará tan duro como la vida. Pero no importa que tan duro lo hagas; importa lo duro que resistas y sigas avanzando ¡Cuánto resistirás y seguirás avanzando! ¡Así es como se gana! Y si sabes cuanto vales, sal a buscar lo que mereces; pero debes ir dispuesto a que te den golpes, y no a culpar a otros y decir: “No soy lo que quiero ser por él, por ella o por nadie”; los cobardes lo hacen y tú no lo eres. Tú eres mejor, hijo”.
Silencio
Siempre te amaré sin importar nada. Sin importar lo que pase, eres mi hijo y mi familia. Eres lo mejor de mi vida. Pero, hasta que empieces a tener fe en ti no tendrás una vida (…)”.
Con la venia de la Dirección Editorial de El Telégrafo, me he permitido transcribir en esta última columna del año 2022, el diálogo tomado del popular film ‘Rocky VI’, en específico entre el protagonista, el cual en esa ocasión desarrolla el papel de boxeador, una vez más (en la película, Rocky estaba viviendo el retiro de la actividad del boxeo, como consecuencia de varias circunstancias físicas y emocionales tales como el progreso de su edad, el fallecimiento de su esposa y, consecuentemente, su propia condición física), y su hijo (quien ya es adulto). El referido diálogo tiene un mensaje subliminal, que trasciende las fronteras del mundo cinematográfico, si se logra apreciar con detenimiento, y pudiendo llegar a ser extrapolado más allá de una cámara para ser disfrutado, asimilado y que resulte enriquecedor para la vida. Es una manifestación de inspiración; una enseñanza (como dijo la actriz ecuatoriana Rosa María ‘Toty’ Rodríguez) ‘de la vida misma’.
Hoy en día, habemos muchas y muchos que hemos decidido seguir cargando en nuestros hombros (en realidad es en nuestro interior; yo le digo que es en el alma; para usted podría ser el espíritu, o como lo desee llamar) eventos difíciles vividos (de forma directa o de forma indirecta) durante nuestros primeros años de vida, sea en el entorno familiar donde nos hemos desarrollado, sea en el ámbito escolar o educativo, en algún punto de nuestra experiencia laboral, o, inclusive, más recientemente, lo que nos ha ocurrido en la etapa adulta. ¿Lo duda? Le invito a analizar: ¿Hay recuerdos tóxicos que le generan pensamientos rumiantes? ¿Se siente incapaz de mirar ‘a la cara’ a cualquier persona, única y exclusivamente porque dice (como se cree): ‘Yo qué voy a mirar a esa persona a los ojos. Me da miedo’? ¿Hay temores? ¿Hay inseguridades? ¿Desconfía de todas las personas que se le acercan o con las que llega a interactuar en algún momento de su vida? ¿Cuenta con pocas amistades? Y, de forma más profunda: ¿Ha sido acosada(o) o, lamentablemente, se topó con alguna persona que irrumpió en su intimidad o que abusó de usted; victimario(a) que, tristemente, también fue abusada(o)? ¿Fue víctima de bullying? ¿Le maltrataron por su aspecto físico? ¿Fue objeto de apodos o burlas por su forma de vestir (tal vez pantalones/faldas algo grandes; o, por el uso de lentes) o, quizá, criticada(o) sin piedad por que tuvo la dicha de que su progenitora (o quien le cuidó y formó como persona) le acompañó durante su etapa de aprendizaje en el aparato educativo (básicamente en la estancia escolar y primaria), y era común escuchar de las y los testigos, de forma hiriente y pro mofa: ‘Tu Mamá ya viene a dejarte la lonchera’? ¿Le azotaron las palabras crudas y ofensivas, los gritos, o, en algunos casos, las agresiones verbales o físicas de ex jefes o ex jefas por que supuestamente ‘se lo merece’ para así mejorar? ¿Va por la vida, a ratos, cabizbaja(o) y teniendo recelo de alzar la cabeza para vivir y transitar con la cabeza en alto y mirando a los ojos? ¿Le han inculcado (por las peripecias y flagelos que ha ‘aguantado’) que usted no puede, que usted es menos que quien le señala, que usted está destinada(o) a siempre ‘soportar y soportar’, o que ‘así es usted: incapaz e incompetente’, pequeña(o), o sufrida(o), y debe de contemplar sin oportunidad a alcanzar ni mucho menos superar a los demás?
Si usted llega a responder que sí a alguna de las interrogantes antes expuestas, como en mi caso, y no me averguenzo de decirlo; permítame decirle: no hemos cometido ningún pecado. No estamos solos. ¡No está nada perdido! Al contrario: ¡Nos hemos perdido de vivir! La justificación a lo que asevero está en que, precisamente, somos nosotras y nosotros quienes hemos decidido cargar con toda esa cantidad de “peso” que representa energía negativa y tóxica, y también significa toneladas y toneladas de basura; basura que innecesariamente hemos venido almacenando en nuestra vida y que se manifiesta desde cómo nos repercute emocionalmente hasta cómo nos vemos y nos perciben de forma exterior, es decir, en nuestro físico. Ilustremos con estas interrogantes:
- a) ¿Ha escuchado: “Tal persona me cayó mal. No la he tratado, pero tan solo la ví y me generó esa sensación”?
- b) ¿Ha conocido que algunas personas dicen: “Esa persona atrae lo que es”?
Y, de forma más cruda:
- c) “A esa persona se la ve bastante desgastada en su fachada, como si la vida la hubiese maltratado. Algo debe haberle ocurrido (y apenas tiene treinta y tantos). Debe estar llena de resentimiento”.
La otra cara de la moneda. Así mismo, ilustremos con interrogantes:
- a) ¿Ha escuchado: “Esa persona no ha tenido tanto recorrido académico/profesional, pero provoca un grado de impresión tal que invita a respetarla(o) y a que ‘nadie se meta con ella(él)’”?
- b) ¿Quién creyera que esa persona que es exitosa “le dieron palo” en el pasado: en la escuela le ponían apodos, y hasta sufrió violación sexual; y ahora, a más de abrirse y contar lo que le ocurrió, demuestra que trabajó para sanar, para destacarse y ganarse un puesto en la sociedad, con la ayuda de Dios y con la búsqueda de soporte emocional?
- c) ¡Si tú no crees en ti, nadie más creerá!
El diálogo con el que inicio esta columna vale para pensarlo y repensarlo, y, sobre todo, para aplicarlo en nuestra vida. ¡Cuán importante es ser, pero más aún: ser mejor, y caracterizarse por ser mejor, y actuar en consecuencia! ¡Cuán relevante resulta amarse a sí mismo, para cultivarse, para crecer en personalidad, en mente y en espíritu! ¡Cuán trascendental implica tener fe en uno mismo! ¿Cuántas veces nos hemos topado con personas para las cuales nosotras y nosotros estamos en primer lugar en su mente exclusivamente para señalarnos y denostarnos, para tratar de lastimar nuestros sentimientos, para hacernos sentir “chiquitas(os)”, para no dejarnos olvidar que supuestamente no valemos absolutamente algo, y hasta llegar a empujarnos en el constante sufrir, y una vez que lo logran se empeñan en “hacernos peso” para no poder levantarnos? En lo que a mí respecta, muchas veces. En algunas ocasiones lo lograron, y obtuvieron lo que anhelaban: el quejarme, y alimentar al sentimiento que paulatinamente iba creciendo en mi interior: la excusa y la justificación, y con ello el resignarme a ser perdedor y abrazar la mediocridad, y el empezar a expresar: “Por culpa de cualquier persona (menos de mí) estoy así”. Lo lograron pero no porque tuvieran poder per se para hacerlo, sino porque yo se los permití. En otras ocasiones, se frustraron ya que impedí que lo consigan, y alcancé objetivos, cristalicé mis sueños. Y no cualquier sueño. Logré lo envidiable. ¿Cuál fue la diferencia en las ocasiones que conquisté y progresé, y aquellas otras que perdí la batalla? No conocía a profundidad de lo que soy capaz. La falta de valentía. La ausencia de coraje (pero no de aquel que surge del enojo y que perjudica al hígado; sino de aquel que proviene de la decisión y de la voluntad), pero, además (y no menos importante), y de forma especial: mi “mochila” había estado a reventar de tanto peso, y siendo cargada por largo tiempo, ocupada por “algo” que solo a las moscas les interesa al punto que las reúne, y sin espacio para lo valioso e imprescindible: la fe en la divinidad y en uno mismo.
Si usted, estimada lectora o estimado lector, tuviera la oportunidad de poder platicar con su yo más joven, ¿Qué le diría? Yo, por ejemplo, le dijera: “Lo que te ha ocurrido y te ocurre es difícil, partiendo que no lo entiendes ni te lo han explicado. Pero, déjame decirte algo: No tienes la culpa por las heridas que tienes. Eres único, altamente valioso y puedes lograr todo lo que te propongas, al punto que puedes llegar a ser invaluable e imparable y con capacidad para liderar y motivar. Así que, tranquilo; hay esperanza. Retoma y refuerza el lazo con tu Madre. Nunca más vuelvas a abrazar al silencio, por vergüenza o por temor infundado. Busca soporte psicológico/emocional/espiritual. ¡Ánimo!”. Cuánto bien me hubiera hecho contar con soporte integral desde el ámbito mental y espiritual. Y hoy, que está pasando de todo en este mundo, tiene cada vez mayor sentido el que la salud mental y el acompañamiento espiritual pasen a ser considerados una necesidad básica: se podría evitar que muchas vidas (personas de edades tempranas, básicamente en la niñez, en la adolescencia y en la juventud) sean presa fácil del dolor y del martirio, del calvario vivido en el silencio, y con ello erradicar el que personas adultas y hasta adultos mayores desarrollen personalidades que originan vidas insufribles, que sean eslabones de una cadena tóxica y para nada edificadora, que perpetúen el maltrato y la violencia, no solamente en contra de las demás personas, sino en contra de ellas mismas. Y a todo esto el problema que surge es: ¡La (buena) ayuda psicológica, al menos, no es gratuita! La que presta el aparato público prácticamente es poco cercana, más inclinada a atender cantidad y dejar ‘a la deriva’, y poco preocupada por brindar tiempo, seguimiento y calidad. La que presta el aparato privado (salvo pocas excepciones) fija su mirada en el factor económico, lo cual la vuelve accesible únicamente para aquel sector de la población que cuenta con poder adquisitivo para costearlo. Me pregunto: ¿Y si, como Estado y como Sector Privado, se deja de mirar a atender aspectos como la publicidad y el pago de tributos, respectivamente, para destinar esos fondos a subsidiar contingente psicológico privado para quienes requieran y claman ayuda pero no pueden pagarla? ¡Cuántos “incendios se evitarían”!
Cierro esta columna tomando las palabras del film ‘Rocky VI’: vivimos en esta tierra cada vez más poblada de personas seducidas por complejos, por el falso -e incontrolado- ego y que se caracterizan por no preocuparse por crecer sino por tener actitudes feroces, con ánimo de ‘mirar por encima del hombro’ y de socializar de que la vida es eso, de “aplastar” para ellas(os) prosperar, de calumniar y de decir ‘cualquier cosa’ para desacreditar a quienes buscamos desarrollarnos, realizarnos y contribuir a la sociedad a partir de la honestidad y de invertir horas en estudio, y de decirnos que estamos condenados al fracaso y a estar ‘en el piso’. Ante la actitud de esas personas, nos queda, a mí y a ustedes, resistir pero seguir avanzando (no resistir y quedarse en el camino, o peor el establecer un ancla y mirar el avance de los demás). El clima hostil en el que estamos nos conduce a innovar, y la innovación está en abandonar la posición de “renegar y de buscar culpables”, para asumir la posición de autoconocernos bien, de portar con orgullo el escudo de la dignidad (que, generalmente, nos caracteriza a quienes nos han pisoteado en algún momento del peregrinar terrenal), de inscribir con letras de oro en nuestro cerebro y en nuestro corazón: ‘no somos menos que nadie’, de estar conscientes de lo que valemos, de lo que sabemos y de que podemos extraer de cada caída/tropezón insumos para forjar nuestro carácter, para incrementar nuestra valentía, con el fin de cambiar mi metro cuadrado (a corto plazo) y el mundo (a largo plazo), previo cambiando nosotros mismos. Hoy usted puede transformarse, llegar a perdonar a quién le laceró, llegar a perdonarse a sí misma(o), y decidir actuar, con voluntad y compromiso, y dar guerra al mundo transformando a los demás a través del propio testimonio de vida, e inclusive ayudar a quienes, como usted y como yo, han sido afligidas(os), de manera que generemos en ellas(os) un cambio en positivo, o, al menos, perseguir que experimenten una mejor posición anímica/espiritual/material más digna de la que se encontraban.
Mis deseos de un nuevo año. Un 2023 que inicie desde ahora: actuando para transformarnos positivamente, trabajando para dejar huellas pro crecimiento personal y colectivo, y que en quienes la generemos también se motiven a provocarlas; un 2023 maravilloso para girar nuestra vida a transformar, pero actuando y nunca más quejándonos.