En temas de comunicación política, se exalta la necesidad de ser consistente en los mensajes, es decir, de siempre mantener la misma postura. Eloy Alfaro, por ejemplo, habló de la necesidad de separar la Iglesia del Estado y conservó siempre la idea de implementar el laicismo. Pero, al contrario de este ejemplo de comunicación minuciosa, poco se habla de lo indispensable que es para la humanidad el ser inconsistentes con lo que dijimos en el pasado.
En el campo de la comunicación se desaconseja que un político cambie públicamente de opinión porque eso se percibe como debilidad e incoherencia, y puede haber reacciones adversas o críticas, como pasó cuando Maria Paula Romo se desenmarcó del correísmo. Pero fuera del ámbito de la comunicación política, qué asombroso es el momento en el que alguien puede observar su propio pensamiento o actitud y decide girar el rumbo.
Si bien cambiar de opinión está mal visto, la historia de la humanidad sería otra si no fuera por esos seres a los que no les importó quedar mal para no seguir haciendo el mal.
El expresidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson, por ejemplo, inició su participación en la política apoyando el segregacionismo del sur de su país para luego cambiar de postura hacia el apoyo de los derechos civiles. Lo mismo pasó con Boris Pasternak, un escritor ruso, quien en un inicio apoyó la revolución de los bolcheviques y luego la rechazó enfáticamente. Los ejemplos históricos sobran.
Hace pocos días Pasquale Bacco, un médico activista antivacunas, cambió de opinión y pasó a declarar que los únicos caminos para combatir la pandemia son la ciencia y la vacunación. Bacco cambió de criterio cuando vio morir de covid a uno de sus fieles seguidores. Dijo tener algunas muertes en su conciencia y se describió como un cobarde al narrar que en las protestas la gente esperaba de parte de los líderes antivacuna un lenguaje potente. Contó que, por eso, ellos hacían provocaciones cada vez más fuertes con las palabras. ¨…Éramos realmente grandes bastardos…¨, admitió.
Nadie está obligado a mantenerse en un error con tal de tapar el hecho de que antes estuvo equivocado. La acción de rectificar delata un desacierto del pasado pero te saca de él para siempre. Porque frente a la inicial cobardía descrita por Bacco, la cual superó después al admitir su falla, también existía para él la alternativa de quedarse en el movimiento antivacuna, y convertirse en un verdadero cobarde al eternizar su equivocación.
La batalla de Bacco se dio, finalmente, entre ser un cobarde o parecerlo frente al mundo. Y aunque cambiar de opinión sea un acto intrépido que te puede arrastrar al escarnio público, debería normalizarse el derecho a hacerlo siempre que parezca necesario.
Ser cobarde o parecerlo