En la última prueba de Ser Bachiller se detectaron venta y compra de los cuestionarios resueltos de la evaluación para el ingreso a las universidades. En la Fiscalía se encuentran iniciadas más de 500 causas. Exponencialmente, el número de pruebas fraudulentas puede multiplicarse por cientos o miles de estudiantes que se bajaron los solucionarios por WhatsApp. Pero, ¿quiénes son los responsables de este ejercicio de deshonestidad intelectual? Están los estudiantes que rindieron la prueba; los padres de familia; los profesores y las autoridades del sistema educativo.
En primer lugar, están los estudiantes. Se podría decir que la inseguridad por la falta de preparación para rendir la prueba es su justificación. Junto a sus hijos, estuvieron sus padres. No estamos seguros de que profesores y progenitores desconocían totalmente del fraude cometido.
Para muchos expertos, la misma prueba, en cualquier lado del mundo, paradójicamente no garantiza la calidad de la educación universitaria. Su carácter homogeneizador y masivo no permite evaluar las particularidades de los estudiantes que vienen de colegios disímiles. Los estudiantes terminan eligiendo las mismas 20 carreras tradicionales ya saturadas en el mercado laboral. El sistema educativo no les informa sobre todas las nuevas carreras.
Son responsables también las mismas autoridades educativas; conocemos que se redujo el grado de dificultad de la evaluación: se disminuyó el número de cuestiones; se diseñaron preguntas más fáciles; se promediaron los resultados del récord académico escolar con la nota obtenida en la prueba; se eliminó la medición de las aptitudes para el razonamiento abstracto, dejándolo como eje transversal.
En conclusión, podemos afirmar que esta evaluación es la evidencia del fracaso total y rotundo del bachillerato general unificado (BGU) y el grado de deshonestidad que los ecuatorianos toleramos. ¿Acaso, ser deshonesto garantiza ser bachiller? (O)