Las sociedades crean mitos para responder la gran pregunta del origen y el fin del mundo. Un cronista mestizo del siglo XVI, Pedro Gutiérrez de Santa Clara, recogió el único mito del que se tiene conocimiento hasta ahora, relacionado con los pueblos originarios de lo que hoy es la costa ecuatoriana.
Santa Clara cuenta que el capitán Juan de Olmos persiguió y atormentó a los indios para que le entregaran una esmeralda sagrada de gran tamaño, venerada por los pueblos asentados en la zona central del actual Manabí. Mas, los indios no la quisieron entregar y prefirieron sacrificarse, porque sus antepasados les advirtieron que si la daban se hundiría toda la tierra, morirían todos y que al “cabo de muchos años y tiempo habían de morir el Sol y la Luna y las estrellas” y que perdiéndose estas lumbreras se acabaría todo el mundo, pero antes que todo desapareciera habría una “grandísima seca”.
Hay un tensor de larga duración que atraviesa todas las historias de Manabí que articula la relación entre la sequía y la sobreabundancia de agua. Los ríos de Manabí no reciben recargas de los deshielos de los Andes; nacen en su propio sistema montañoso costanero y tras un breve recorrido desembocan en el mar Pacífico. Dependen por ello de las lluvias, son -en general- poco caudalosos en comparación con los otros sistemas hídricos que recorren otros espacios nacionales. En realidad la región es más bien un mundo de quebradas que cobran vida en la época lluviosa y después se secan.
Las historias de Manabí siempre están traspasadas por el tema del agua: la tecnología desarrollada por los pueblos originarios estuvo motivada por buscar la solución al problema del déficit hídrico; ellos lograron inventar, entre otras cosas, las albarradas (lagunas artificiales localizadas sobre geologías específicas y reservas subterráneas de agua). La geografía del poder; la forma particular como se distribuye la población, los modos económicos de producción, uno de los cuales es el recolector, tienen que ver con la orografía y el agua.
La Manga del Cura, localizada en el área de la cuenca del Daule Peripa, cuyo gran río está alimentado por los deshilos de los Andes, está en disputa territorial entre Manabí y Guayas, por lo cual se realizará una consulta popular. Este no debería ser un tema de decisión política–democrática, sino de acuerdo nacional para facilitar a Manabí el acceso y administración del recurso importante para la vida en una región que carece del mismo, en tanto a otras le sobra.
El problema latente es que en un momento adverso para el país, las históricas pequeñas oligarquías manabitas, que aún dan coletazos, pudieran aprovechar cualquier coyuntura para la privatización del recurso.
Ya lo hicieron durante la etapa neoliberal, cuando entregaron Poza Honda para que generara electricidad para empresas privadas, aun cuando la prioridad del embalse es el abastecimiento de agua para consumo humano. La Revolución Ciudadana revirtió la situación y hoy las represas localizadas en Manabí forman parte del sistema estatal de reservorios de agua.
Ahora y siempre las decisiones finales deberán tomarse en función de la vida y la gente. Manabí necesita agua y esa es la razón fundamental y de justicia por la que La Manga del Cura debe formar parte de la provincia. En 1535 la gran piedra Umiña no fue entregada por los indios, y hasta ahora no se han apagado ni el Sol, ni las estrellas ni las lumbreras. (O)