Fueron dos acontecimientos en uno el mismo 11 de septiembre: el segundo en 2001 -voladura de las Torres Gemelas en Estados Unidos- no fue más que la repetición del primero en 1973 -golpe militar de Pinochet en Santiago de Chile-, pero mucho más grave. Parece que una mayoría de chilenos quiere sepultar definitivamente la herencia de Pinochet.
Pero el imperio norteamericano nos sigue anclando en el terrorismo de Estado. Nos escandalizamos -con razón- de los 3.000 muertos de Nueva York, pero nos hacen olvidar a las decenas de miles de muertos de Irak, de Afganistán, de Palestina y de Libia.
Pinochet, en nombre de la “civilización cristiana y occidental”, practicó sistemáticamente miles de asesinatos, desapariciones forzadas, torturas, además de la corrupción y la imposición del neoliberalismo. Con el Gobierno norteamericano se han dado las mismas prácticas en tono mucho mayor porque fue en desmedro de países: el presidente George Bush se lanzó en una guerra mundial contra el terrorismo invocando la fe cristiana, invadió países mintiendo al mundo entero, mató a decenas de miles de civiles como consecuencias colaterales, justificó desapariciones y torturas, para imponer la corrupción mortal neoliberal.
Con razón, autores de artículos y libros ponen en duda la autoría de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El nuevo milenio marca el derrumbe irreversible del imperialismo norteamericano: el desmoronamiento de las torres -verdaderas catedrales del capitalismo- no es más que su anticipo horroroso. Lo demuestran fehacientemente la crisis financiera de 2008 y la actual. Entonces, ¿por qué no buscar detener este rumbo al abismo con autoatentados disfrazados de ataques demoniacos por parte de los enemigos de la libertad y la civilización occidentales?
En el décimo aniversario, los grandes medios de comunicación neoliberales nos siguen presentando el terrorismo musulmán como el más horrendo crimen contra la humanidad, desviando nuestra atención de los verdaderos causantes del terrorismo de Estado, del suicidio de la humanidad y de la destrucción del planeta.
Ya san Pablo lo escribía a su amigo Timoteo: “Debes saber que la raíz de todos los males es el amor al dinero”. Es tiempo de despertar para no sucumbir a la ambición del dinero, para denunciar la dictadura internacional del neoliberalismo, las mentiras del imperialismo norteamericano y europeo y construir, desde nuestra manera de vivir y convivir, la civilización del “Bien Vivir”.