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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Sentidos de pertenencia

23 de marzo de 2016

Sucedió en las semanas anteriores a las últimas elecciones presidenciales. Un joven estudiante de 17 años, beneficiado ya por el voto opcional a partir de los 16, perteneciente a la clase acomodada quiteña, hizo el siguiente comentario: “Yo no voy a votar porque, de lo que he visto de las propuestas de todos los candidatos, el único que me parece realmente bueno es Rafael Correa, solo que NO PUEDO HACERLE ESTO A MI GENTE”. Comentario explicable en un muchacho en quien todavía juegan mucho el sentido de pertenencia a un sistema familiar y social en donde el voto para reelegir al presidente Correa sería tomado como una grave traición a la clase y sus presupuestos políticos e ideológicos. Comentario comprensible en una mente joven que teme lastimar a ‘los suyos’ con una decisión que considera acertada, pero muy polémica y problemática en el medio en el que se desenvuelve.

En los últimos tiempos, más o menos desde mediados del año pasado, se ha visto cómo muchos representantes de diversos grupos sociales se han unido a los más conspicuos representantes de la oposición derechista de nuestro país. Y ha vuelto a la memoria el sincero comentario de aquel joven que expresaba con honestidad las verdaderas motivaciones de su abstención electoral. Se ha visto juntarse en diversos escenarios a banqueros con dirigentes indígenas, a representantes de movimientos sociales con alcaldes socialcristianos o similares, a feministas con periodistas de los medios comerciales. En algunos de estos casos las bases han manifestado desacuerdos con las actitudes de sus supuestos líderes.

En otros, se han dejado llevar. Muchos han llamado ‘borregos’ a quienes se han mantenido afines o fieles al régimen, tal vez en una inconsciente pero obvia proyección de su sombra colectiva o personal, pues con mucha frecuencia sus argumentos contra el presidente Correa se reducen a repetir sistemáticamente aquellos que ha posicionado una prensa que ni siquiera tiene un mínimo de interés en disimular sus intenciones: es prepotente (un rasgo personal que no incide en la conducción del país), es autoritario (basándose más en una actitud personal antes que en cifras reales que establezcan una relación comparativa entre este y otros regímenes), ha dividido al país (como si antes, alguna vez, hubiéramos estado unidos), y un vasto etcétera que ya resulta ocioso reproducir aquí.

Es fácil y no cuesta casi nada comprender las motivaciones que las clases pudientes y dominantes en el país hasta hace una década tienen para oponerse sistemáticamente al régimen, al igual que en muchos otros países de la región. Muchos de ellos han afirmado en ciertos corrillos que ciertas acciones del actual Gobierno han sido muy acertadas, sobre todo en determinadas crisis, como el fenómeno El Niño y similares, pero no se han atrevido a hacerlo más público tal vez porque, como el adolescente mencionado más arriba, no pueden “hacerle eso a su gente”. Y no sorprende. El sentido de pertenencia suele ser una motivación insoslayable. Lo que sí resulta cuestionable es que tantos dirigentes y personajes de otras tendencias se estén uniendo desvergonzadamente a la restauración conservadora. Tal vez se encuentran un poco confundidos respecto de quién es en realidad ‘su gente’. (O)

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