La obsesión por el poder y el dinero son los motores de la corrupción y; tanto el deseo de poder, como de riqueza, están alimentados por la vanidad.
La vanidad hace que el poderoso se ensalce con su capacidad de conseguir lo que desea, de ser obedecido, de disponer los cargos de la gente que trabaja para él, de afectar el bienestar de los que son sus adversarios y que él considera enemigos irreconciliables.
La vanidad hace que el adinerado disfrute del boato, de la compañía de adláteres aduladores, beneficiarios secundarios de riquezas o acaso del mendrugo que lo aceptan por el gusto de rodear al vanidoso principal.
Es difícil creer que en un pueblo muy religioso como el ecuatoriano, la corrupción se haya extendido tanto. La religión, cualquiera, establece códigos morales. La Ley de Dios está repleta de valores y los libros sagrados están repletos de parábolas, metáforas y guías de la apropiada conducta humana en solidaridad, amor, humildad, desprendimiento y justicia.
No obstante, vivimos en una sociedad en la que la corrupción ha penetrado todos los niveles del llamado tejido social. Vivimos engañados al creer que solamente los políticos son los corruptos y que los no políticos poseen esa aureola de honradez y moral. En todas las profesiones, en todas las actividades, en todos los estratos sociales está el cáncer de la corrupción.
La justicia terrenal se ha creado para poner orden en la sociedad. Que el convivir social sea más adecuado al saber que el que actúa fuera de la Ley tendrá su castigo y con ello, el propósito de coartar la conducta delictiva. La Ley terrenal establece códigos de conducta que, si son transgredidos, determinarán una pena para el transgresor.
Muy penoso que un expresidente de la República, parte de su círculo de poder y algunos empresarios hayan delinquido y hayan sido sentenciados a penas de cárcel y pérdida de los derechos de participación. No obstante, esta sentencia histórica, podría ser el punto de inflexión, la referencia, el ejemplo que motive un cambio en la conducta social para avanzar en el destierro de la corrupción. (O)