Cuando una mujer contrae matrimonio, un gran porcentaje de ellas tiene claro el no renunciar al apellido paterno, mientras otras prefieren usar ‘’de’’ al dar importancia simbólica de pertenecer a alguien. Para muchas, el “de” permite evidenciar socialmente, en el lenguaje y con la firma, que una mujer está casada.
En la Colonia, las mujeres mantenían sus apellidos de solteras al casarse. A finales del siglo XIX y principios del XX, el uso del “de” se generalizó y su paso de derecho consuetudinario a obligación legal, en 1934, se dio sin comentarios. En 1970 se volvió opcional, y para finales del siglo XX su práctica comenzó a desaparecer en concordancia con cambios estructurales socioeconómicos; el uso y después la transición al no uso del “de” por las mujeres casadas capta los cambios históricos en la identidad de una mujer casada anclada en la domesticidad y la maternidad, al de compañera en una relación de vida donde ella no pertenece a nadie.
La idealización de la domesticidad y de la maternidad, enraizadas en la cultura patriarcal y la doctrina de la Iglesia, se dieron en un contexto donde las mujeres, especialmente las de clase media y alta, tenían pocas alternativas diferentes al matrimonio. La alternativa era quedarse “solteronas”, lo cual significaba no haber encontrado un hombre que las mirara o protegiera, y resignarse a “vestir santos”, buscando su respetabilidad en los oficios religiosos y en la caridad cristiana. En este contexto, el matrimonio, además de ofrecer seguridad económica, al parecer era la opción deseada y avalada por la cultura.
El único estudio que se conoce sobre el apellido de las mujeres casadas en la Colonia es sobre Venezuela. La historiadora Arlene Díaz (2004) investigó expedientes judiciales de Caracas y examinó los cambios de los apellidos de las mujeres casadas de 1786-1790,1835-1840, y 1875-1880. Encontró que en la muestra de finales del período colonial todas las mujeres casadas mantenían sus apellidos de solteras, primero el del padre y luego el de la madre.
Fue después de la Independencia, cuando algunas mujeres empezaron a agregar el apellido de su marido con la partícula “de”. Más tarde, en la muestra tomada para el último cuarto de siglo XIX, el 46% de las mujeres casadas usaban el apellido del marido en Venezuela (Díaz 2004, 215-216). La autora no profundiza en el porqué del cambio, aunque lo asocia con la modernización del patriarcado bajo el liberalismo, tema de su libro. En su caso de estudio, este patrón solo se dio entre mujeres de la élite: el 88% de la muestra de expedientes provenía de la clase media y alta. Además, entre las mujeres de la clase popular, la mitad no estaban casadas ni eran viudas, el matrimonio no era común. Por lo tanto, el uso del “de” fue menos frecuente que entre las mujeres de la élite (Díaz 2004, 215-216).
El uso del prefijo “de” con el apellido del marido se volvió cada vez más común durante el siglo XIX en las mujeres de la élite, especialmente las ilustradas. Esta tendencia se destaca en escritoras y poetas reconocidas como las más destacadas por Soledad Acosta de Samper en su libro La Mujer en la Sociedad Moderna (1895)
En nuestro país hubo algún intento para eliminar el uso de la preposición “de” en el apellido de las mujeres casadas, la supresión de la información que consta en la actual cédula de identidad, así como el cambio sugerido por colectivos GLBTI de reemplazar la palabra “sexo” por “género” fueron algunas de las reformas planteadas que se pretendió incluir en la nueva Ley General del Registro Civil, al no tener concordancia con las disposiciones de la Constitución aprobada en 2008 y reemplazar a la de abril de 1976.
“Queremos eliminar la preposición “de” en el apellido de las mujeres casadas porque es un símbolo de machismo que denota propiedad”, sostuvo el presidente de la Comisión de Gobiernos Autónomos de la Asamblea. En pleno siglo XXI no se puede poner en discusión que una mujer le pertenezca a su pareja: “eso es anacrónico”. Se presentó a primer debate en la Asamblea Nacional, en abril del 2013. De allí no pasó.
A la fecha, en nuestro país, no existe un estudio al respecto, porque según algunos estudiosos, el uso de la partícula ‘’de’’, es un tema de mujeres y no merece la pena invertir recursos en una investigación, a pesar de revestir importancia por su relación con la construcción social de las identidades de las personas, asunto central para los estudios de género y las ciencias sociales.
En la actualidad, en Estados Unidos, la tradición nupcial de adoptar el apellido del marido sigue vigente. Entre las mujeres en matrimonios heterosexuales, 4 de cada 5 cambiaron sus apellidos, según una nueva encuesta del Centro de Investigaciones Pew. De acuerdo con las estadísticas, el 14 por ciento conservó su apellido. Las mujeres más jóvenes son las más propensas a hacerlo: una cuarta parte de las encuestadas de 18 a 34 años mantuvo su nombre de soltera. Es menos frecuente unir ambos apellidos con un guion (alrededor del 5 por ciento de las parejas de todos los grupos de edad lo hicieron) y menos del 1 por ciento dijo haber hecho otra cosa, como crear un nuevo apellido. Entre los hombres casados con mujeres, el 5 por ciento adoptó el apellido de ella.
Los nombres de los cónyuges se han convertido en otra forma de divergencia política y educativa en las vidas de los estadounidenses. Entre las mujeres republicanas conservadoras, el 90 por ciento adoptó el apellido de su marido, en comparación con el 66 por ciento de las demócratas liberales, según la encuesta del centro Pew. El 83 por ciento de las mujeres sin título universitario cambió su apellido, mientras que el 68 por ciento de las que tenían un posgrado no lo hizo.
Según la investigación, las mujeres que conservan su apellido suelen ser mayores al momento de casarse y tener carreras consolidadas y altos ingresos. Han invertido en “hacerse un nombre” profesional. Algunas mujeres jóvenes dicen que la decisión se ha vuelto más práctica que política.