Dados los últimos acontecimientos, producto de “movidas chuecas” hechas por varios de nuestros hermanos (al ser seres humanos, como este servidor), cabe un señor paréntesis:
Si me lo permiten, voy a intentar hacerme eco de quienes seguimos flameando la bandera de la ética, y, de la moral y buenas costumbres: ¡Vitupero! ¡Vergüenza ajena! ¡Indignación! ¡Propio de una actitud canallesca! ¡Decepción! Sí. Siendo audaz, estoy seguro de que quienes somos y actuamos desde la honorabilidad, a la luz de la integridad, profomento de virtudes ciudadanas, hemos pensado “en voz alta” (incluyendo redes sociales) manifestando así nuestros sentimientos al momento de conocer (por la prensa) de la conducta torcida que han tenido aquellos hermanos nuestros, en el sector privado, o, en este caso, público; y hoy procesados por la justicia a raíz de las sospechas de corrupción.
Si el hecho de que nuestros pares tengan prácticas turbias en el aparato público (desviándose de la principal misión del cargo: servicio a la Patria) nos genera sentimientos en parte descritos anteriormente, los mismos se maximizan si tales prácticas se las comete usando una pandemia (con impacto sanitario y económico) como paraguas para ocultarlas.
Lamentable que desde nuestros tiempos como república (de lo que recuerdo) sigamos sufriendo los azotes de la corrupción. ¿Sufrimos? Sí, y también sufren quienes han vendido su dignidad por “unas cuantas monedas” obtenidas “por debajo” y al margen del trabajo honesto y esforzado. Gracias a la oscura conducta de nuestros hermanos que son de la “gallada de la corrupción”, todos perdemos. ¿Qué hacer? Luchar es trillado, aunque necesario; pero, además, exigir investigaciones serias y actuaciones jurisdiccionales que impongan inmisericordes castigos a quien “mete la mano” al bolsillo del pueblo; no persiguiendo, no en función de intereses políticos, sí sancionando delitos. (O)