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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Sencillamente pescadores

15 de septiembre de 2016

Los pescadores no son rurales ni urbanos, su territorio es, más de los días, el mar. Tampoco tienen faenas con horario burocrático controlado con biométrico ni hacen siempre lo mismo: ellos tienen el tiempo de la pesca, el tiempo del tejido de la red y el tiempo de la fiesta. Su tipificación económica es ambigua, por lo que los estadísticos los ubican en la actividad de la caza, agricultura, silvicultura y pesca, todos en un mismo casillero dentro de la matriz numérica. Políticamente cuentan poco y las encuestadoras jamás o pocas veces van a ellos a preguntarles a quién le darán el voto en las próximas elecciones o qué piensan del país.

Si alguien se queda una noche mirando el océano durante días propicios, en las provincias de Manabí y Esmeraldas, puede ver el pedazo de mar lleno de lucecitas durante casi una semana, dejando la impresión de que están en el firmamento, porque se torna imposible distinguir la línea del horizonte. Después de algunos amaneceres, los pescadores arriban haciendo un arte de equilibrio y rompiendo las olas hasta aterrizar después de un salto imperceptible en la playa. A veces llegan con buena pesca, otras veces no traen nada. Casi siempre deben entregar todo el producto al comerciante que les dio el anticipo para comprometer la entrega, repitiendo la vieja fórmula que evoca al concertaje.

Nunca pescan las mujeres, siempre son los hombres los que viajan hacia el mar, pero ellas realizan tareas complementarias importantes y todos y todas participan en las fastuosas fiestas barrocas de San Pedro y San Pablo, realizadas en junio, cuando grandes caravanas marítimas de barcos llenos de guirnaldas pasean a los santos de aquí para allá. Hasta hace poco los pescadores se lanzaban en canoas hechas de madera embreada o de troncos cavados y vencían las olas a puro remo, viento y vela orzada, por lo que al parecer no llegaban muy lejos. Su trabajo es de experiencia y saber ancestral, dominan el código de los astros, la orientación, leen las manchas del mar y saben de vientos y lluvias.

La tradición se originó en la época prehispánica desde la fase de la cultura Valdivia, hace al menos 5.000 años. Ahora los pescadores artesanales tienen embarcaciones lustrosas de fibra de vidrio motorizadas, aunque sin cubierta, y en muchos casos modernos puertos de embarque y desembarque. Todas tienen nombres con enunciaciones de vírgenes y mujeres, y algunas son bautizadas como ‘Dos Hermanos’ o ‘Cinco Hermanos’, lo que indica que la pesca se desarrolla sobre la estructura de parientes y que hay una fuerte unidad familiar. Nadie sabe cómo vencen el miedo al mar y la oscuridad de la noche inmensa, cuando no hay luna ni estrellas, después de tantos padres, primos y hermanos perdidos y ahogados. No hay familia de pescadores que no conozca cada vez y cuando la certeza de la muerte, además, la certeza de una muerte sin cadáver ni entierro, cuando las aguas deciden no devolver los cuerpos.

En Ecuador existen al menos unos sesenta mil pescadores, es decir, que unos 300.000 habitantes dependen de este trabajo, considerando el total de las familias. La mayoría es de Esmeraldas y Manabí, provincia en la que residen al menos 18.000. Jaramijó, Crucita y Manta son caletas importantes. En Manabí se concentra el 65% de la actividad pesquera artesanal e industrial (Viceministerio de Acuacultura y Pesca. 2014). Literal, los pescadores ecuatorianos dan de comer a nuestro país y a buena parte del mundo. El sistema capitalista siempre les tiende trampas a los pescadores.

Primero, durante la fase neoliberal, los orilló a convertirse en coyoteros y transportar a migrantes ilegales a Centroamérica, porque desde siempre han conocido la ruta marítima del norte. Ahora los seducen u obligan a que sirvan transportando droga. Unos 300 pescadores artesanales están en cárceles de EE.UU., Guatemala y Colombia, de los cuales al menos sesenta son manabitas y otros tantos esmeraldeños. Duele la historia de los pescadores que han caído víctimas del perverso sistema. Duele mientras cómodamente comemos alimentos extraídos del mar, fruto de su trabajo. (O)

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