Antes de ser abogado, me siento docente. Creo que es el mejor trabajo del mundo, porque la educación es la única palanca social que realmente funciona: ayuda a las personas a mejorar su vida y la de su entorno. Mejora las condiciones de la gente, la fortalece y enseña valores que tenemos olvidados: tenacidad, sacrificio, competencia sana y respeto a la opinión ajena. Eso es lo que trato de transmitir en mi trabajo, y espero que los estudiantes lo noten. En el fondo, ellos han pagado mi sueldo por muchos años, y me debo a su esfuerzo.
No todo está bien; la educación está en crisis. La pandemia rompió la idea del aula, y la virtualidad destruyó aspectos cardinales del aprendizaje: el contacto con los demás y el intercambio humano significativo. Sectores económicos y políticos desprecian la educación pública debilitándola, mientras los profesores navegan entre la indolencia y el descontrol de autoridades que ignoran la falta de recursos y garantías laborales. Al mismo tiempo, una parte del sector privado se enfrasca en una carrera hacia el fondo, perdiendo rigurosidad, excelencia y calidad. Lo más grave son las decenas de miles de estudiantes que no se han matriculado este año. La migración, la pobreza y el crimen organizado se los están llevando. Si no vuelven, lo harán en forma de problemas mucho mayores.
Aun así, en medio de todos los desastres, sé que hay profesores y alumnos que luchan para dar vida a un país que se fractura en sus contradicciones. Ellos son la serena esperanza de una humanidad mejor. Podemos reafirmar el valor de la educación, la que aleja del crimen y reconstruye la democracia. A esa le pondría la banda sonora de Deftones. En Back to School, del álbum White Pony, Chino Moreno susurra que, a pesar de la escuela que tienes, hay algo de heroísmo: “Siempre lo creíste... Siempre creíste en mí. Nadie me va a quitar eso ahora.” Suficiente para mí.
La educación ha sido mi refugio y mi motor, llevándome por caminos que nunca imaginé. A través de ella, encontré el rock and roll y, a su manera, me salvó. Me dio una voz y una fuerza que intento transmitir cada día a mis chicos. Les pudo creer en la escuela y en su capacidad de transformar vidas. Es un acto de rebeldía, es el mayor acto de resistencia y libertad. Al igual que la música, nos recuerda que siempre podemos ser mejores y que, aunque el camino sea duro, vale la pena recorrerlo. Vayan a clases, nos vemos pronto.