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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La seducción política

01 de octubre de 2020

Les voy a contar una breve historia de “influjos” y seducción política, que transcurrió en los primeros años del siglo XIX en las colonias sudamericanas. Era una época agitada en la que se profundizaron las tensiones con los liberales, quienes querían una monarquía constitucional para limitar al absolutismo de los reyes borbones de España, cuya concentración de poder impedía la libre participación política y según los comerciantes, estorbaba la circulación de la mercancía.

En 1812 se había aprobado la primera Constitución española, texto escrito que regía por encima de la monarquía, la cual quedó contrapesada por una asamblea. En las colonias, muchos sujetos, a los cuales los llamaron “papelistas”, combinaron el conocimiento al dedillo de la constitución, con su capacidad de oratoria, para irradiar poder en pueblos distantes.

Las autoridades coloniales acusaron a los “papelistas” de tener capacidades de “influjo” y seducción, mediante las palabras y la evocación continua de la nueva Constitución, como si en ella estuviera una divinidad, logrando tal impacto, que incluso se producían tumultos. El problema no se reducía a la persuasión, sino al efecto de alucinación política, que generaba una interferencia en el campo de las relaciones de poder.

En el año 1809 se decía que en Chuquisaca existían hombres, que con su irradiación ponían en riesgo la estabilidad política. También en Portoviejo las autoridades informaban en 1814, que algunos curas alucinaban con la constitución, generando levantamientos de indios contra el tributo. Cerca, en Daule, se enjuició a un nicaragüense, acusado de ser un papelista con genio sedicioso, quien había usado sus influjos y seducción política, para impresionar a varios regidores e impulsarlos a que aprobaran impuestos a los balseros del río Daule, a fin de financiar el jugoso sueldo que cobraría como secretario del ayuntamiento.

En realidad, el “papelista” de Daule, era un mestizo centroamericano, a quien se le había ofrecido ascender por méritos, dentro de las milicias en defensa del Rey de España, promesa que nunca se cumplió, por lo que se convirtió en un político alucinador en lejanas tierras, pocos años antes de la Independencia. El miliciano papelista se defendió en los autos, diciendo que él solo daba consejos y no entendía por qué sus enemigos vivían tan inquietos con solo oír su nombre. (O)

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