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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Secretos de una mujer dibujada en la distancia del mar

12 de enero de 2016

La literatura tiene aquella mágica posibilidad de envolvernos en atmósferas diversas e instantes de fuerza subjetiva, desde la tónica de la incertidumbre y de la capacidad de asombro. En el caso de la narrativa, esas opciones se entrelazan desde ópticas que se extienden en el papel a partir de la irrupción de historias inverosímiles. La clave literaria está en traspasar el umbral de lo tangible.

Por eso, Siempre es martes en Chafalote (Ediciones Botella al Mar, Uruguay, 2015), de Rocío Cardoso, no es un libro cualquiera, sino el resultado y el resultante de un relato en donde se deja entrever una manera transparente de expresión escrita.

En sus páginas se encuentra un fragmento de las incidencias, vicisitudes y exploraciones de su principal personaje (Aligh), que puede ser cualquier mujer con problemas rutinarios, en torno a Chafalote que puede caracterizar el paisanaje, costumbres y tradiciones de cualquier pueblo solidario de nuestra América profunda.

Pero en la simbología literaria la autora marca el terreno propio a partir de la construcción de una pieza artística que -en palabras de ella- se vuelve en un acto de amor. Producto de arte que contiene lo que asevera Ernesto Sabato: “… un intento de dar una realidad infinita dentro de dimensiones finitas”. Porque no cabe duda de que Rocío Cardoso tuvo su génesis experimental desde la realidad para configurar los episodios de esta obra en barro ficcional. Tal vez su identidad uruguaya se trasplanta desde la nostalgia terrígena procreada en los años de travesura infantil, germinando en Siempre es martes en Chafalote.

El eje que rodea la secuencia temática es la vida -con sus ausencias, aberraciones, luchas y soledades-: “una guerra no resuelta”, para lo cual se devela el histórico fenómeno migratorio (en esta ocasión relativo a la diáspora europea tras la II Guerra Mundial), las tragedias naturales, la pasión, el desamor, el odio, el dolor, la venganza, los celos, los recuerdos imborrables, los temores y sufrimientos que atormentan en la psiquis personal y social. Sin olvidar a aquel fantasma acechante de la muerte, esa “extraña manera de santificarse ante los ojos de los demás”. Esto es el reflejo fidedigno de las virtudes, limitaciones y horrores de la condición humana.

Umberto Eco en sus Confesiones de un joven novelista, afirma: “La narrativa es, en primer lugar y principalmente, un asunto cosmológico. Para narrar algo, uno empieza como una suerte de demiurgo que crea un mundo, un mundo que debe ser lo más exacto posible, de manera que pueda moverse en él con absoluta confianza”.

Aquello, Rocío Cardoso lo cumple a plenitud a través de la geografía comarcana de Chafalote, en medio de los espejismos que produce el mar.

Queda como conclusión un pasaje que retumba en la vitalidad lectora: “El viento que se colaba por la ventanilla entreabierta, le recordaba que estaba viva”.

Sin duda, esas ansias que tiene la humanidad para salir del vacío, mientras la profundidad del horizonte nos da su luz al filo de cada atardecer de martes. (O)

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