Se reabre el caso de los Hnos. Restrepo, pero ¿y Gustavo Garzón Guzmán?
21 de octubre de 2011Desde la ventana, María Fernanda Restrepo continúa esperando a sus hermanos. Han pasado 23 años y el dolor sigue siendo el mismo. Y también la impotencia y la indignación. Es la mayoría de un país que sigue esperando. Y lo seguirá mientras los cuerpos no aparezcan. La mirada que María Fernanda, como narradora en primera persona, comparte es conmovedora. Sin duda el poder de la memoria, personal, familiar y colectiva, ha permitido que continúen vivos. Nos duele y nos avergüenza aquella “trama siniestra de encubrimiento” que hasta el momento no ha sido posible romperla.
El documental “Con mi corazón en Yambo” (aquel cartel que Pedro Restrepo portó durante tantos años en la Plaza Grande) nos revela que la impunidad por tantas torturas, crímenes y desapariciones continúa. No han aparecido los cuerpos de Carlos Santiago y Pedro Andrés, como tampoco han aparecido los culpables de este hecho que marcó la vida del país y que reveló las atrocidades que, en la década de los 80, se hicieron bajo la excusa de “luchar” contra la subversión.
A pesar de que el informe emitido por la Comisión de la Verdad, ni silencio ni impunidad, revela varios datos importantes, estos, sin embargo, no han servido para sancionar a nadie. Es hora, con la decisión y voluntad política de un gobierno que cree en la verdad, de que se termine con la impunidad.
Pero también es hora de que otros casos de desaparecidos se investiguen, se desclasifiquen y se determine qué sucedió con aquellos ciudadanos. Por ejemplo, qué pasó con el escritor Gustavo Garzón Guzmán, quien desapareció la madrugada del viernes 9 de noviembre de 1990.
El escritor perteneció al taller de literatura que coordinó Miguel Donoso Pareja, publicó varios libros, así como participó de la revista de creación literaria La mosca zumba, y era (¿es?) un convencido de la necesidad de construir una sociedad equitativa y justa. Luchó por ello, con su pluma y con su obsesión por la vida. Había sido sobreseído de un caso de tenencia de armas y se encontraba haciendo su doctorado en letras en la Universidad Católica de Quito. Nunca más se supo de él. Nadie dio razón alguna. Las fuerzas policiales y militares han guardado silencio. Y ese silencio, oscuro y cruel, es el que su madre, doña Clorinda, carga con admirable valentía y no desmaya esperando que en algún momento alguien le diga qué pasó aquella maldita madrugada y dónde su hijo querido fue desaparecido.
Al igual que María Fernanda y doña Clorinda, los ecuatorianos esperamos que estos casos, y otros, se aclaren para que nunca más en el Ecuador se torture, se asesine ni se desaparezca a nadie.