Los niños de hoy necesitan lo mismo que las generaciones anteriores: tiempo para practicar y aplicar sus habilidades interpersonales en situaciones de la vida real. Requieren el contacto humano, la amorosa mirada de los suyos para crecer fuertes, lazos complejos que proporcionan el lugar central desde el cual aparece la energía especial para construir prácticas colectivas.
Cuando nosotros, ellos, o todos, estamos en las pantallas esa tarea queda interrumpida. Al igual que otros pacientes, aguardaba por una cita médica, mientras mi atención y mirada se concentraron en unos niños que correteaban por los pasillos y en sus manitas el principal ‘’juguete’’ era el celular de uno de sus padres. De inmediato, saltó la idea del riesgo que se corre al no prestarles la atención que ellos merecen y necesitan al no interactuar con ellos, o de no estimularlos lo suficiente.
Ellos se miran en nuestro espejo y nos ven como ejemplo y modelo para infinidad de situaciones, incluyendo el interés y el uso de pantallas. Al constatar el buceo permanente en ellas, pretenderán sumergirse apenas se acerquen a una. Si bien los adultos de hoy no somos nativos digitales al estar ‘’atrapados’’ por la pantalla, podría quebrar la relación con hijos, pareja, nietos, sobrinos, alumnos, especialmente con los niños y adolescentes.
En la etapa de formación, los niños de forma inevitable requieren de conexiones humanas para crecer, aprender, prosperar para encontrase a sí mismos, al tiempo de enriquecer las conexiones neuronales. A decir de especialistas, es cuando comienza a armar un ‘’árbol’’ frondoso, lleno de interconexiones dentro de su cerebro con ramas fuertes, ramitas y hojas pero la falta de amor y estimulación, podría convertirse en arbolito raquítico.
El pediatra argentino Abel Pascual Albino, miembro del Opus Dei y creador de la Fundación Cooperadora para la Nutrición Infantil ,quien en el año 2010 recibió la Mención de Honor «Senador Domingo Faustino Sarmiento» otorgada por el Senado de la Nación Argentina por su labor contra la desnutrición infantil, en sus charlas muestra las diferencias entre el cerebro de un niño de dos años no solo bien alimentado, sino también bien estimulado por su entorno humano, y el que no tuvo esa suerte durante el embarazo y sus dos primeros años de vida.
Si hace berrinche, si llora, si se cae, parecería el celular reemplazar al abrazo, a las palabras dichas con ternura, sin comprender que las pantallas interrumpen, postergan, incluso cancelan esa danza de interacciones indispensable para la maduración. Los bebés nos miran y con su mirada o gesto nos convocan mucho antes de poder llamarnos, también lo hacen a través del llanto.
Un adulto atento y conectado con el bebé/niño ve, observa, comenta, celebra, interpreta y pone palabras a lo que está viendo, a menudo enriquece lo que ve con su respuesta, y responde de acuerdo con lo que observa y entonces consuela, abraza, alza, entretiene, se deslumbra; o alimenta, pone a dormir, cambia un pañal, abriga, o desabriga… ¡son tantos y tan importantes esos intercambios con ellos que los acompañan a incorporarse con seguridad y confianza al entorno humano!
¿Qué pasa cuando esa mirada o ese gesto del niño no encuentra respuesta? ¿O cuando eso ocurre muy pocas veces, o con mucha demora, o solo ante reclamos muy ruidosos? Los chicos pueden dejar de buscar esas interacciones, rendirse, aislarse y arreglarse solos – entonces se empobrece su evolución–, o pueden hacer mucho “ruido”, tener rabietas, accidentarse, o enfermarse; ellos están conscientes que en esos casos los adultos acuden, probablemente no de la forma en que ellos desearían que lo hagan, ni de la que les haría bien, pero al menos logran su acercamiento.
Hay que estar varios pasos delante de ellos para estar muy atentos al tiempo y a la calidad de atención que se les ofrece y a cuántas veces el “ping” del teléfono interrumpe las interacciones y nos aleja de nuestros seres queridos. Ese sonido que arrastra y hace que perdamos la conexión con ellos al no responderles y perderles de pista. El uso que damos a ese aparato que une con quienes están lejos y separa con los que están cerca, es el que nos debe llevar a la reflexión.
Los chicos no solo nos miran y aprenden a relacionarse con la tecnología de la misma forma adictiva y desconectada del intercambio humano presencial que ven en nosotros, sino que además podrían pensar no ser nuestra prioridad o incluso pueden creer ser poco o nada interesante para sus progenitores o adultos de su entorno. Ellos necesitan momentos de nuestra presencia incondicional, interesada, empática, como también requieren de nuestra dirección para enseñarles a auto regularse; de ese modo logran establecer el vínculo seguro que necesitan para crecer sanos, felices y abiertos a relacionarse con otros.
Escuché atenta la recomendación formulada por el pediatra a un matrimonio joven, cuando propuso cero pantalla hasta los dos años de edad y compañía de sus padres entre los dos y los cinco años. La cercanía permitirá no solo elegir lo que los progenitores consideren adecuado para ellos, sino también conversar e intercambiar puntos de vista sobre lo que ven de modo que sea una forma más de vincularse con ellos. A partir de los seis años, recomiendan una hora con supervisión de contenido y de tipo de pantalla. Los papás, sabrán decidir.
Explicaba un médico que no es casual la cantidad de niños que en la actualidad, se ven con dificultades de todo tipo: sobre estimulados, que no logran autorregularse, con problemas para quedarse quietos o para prestar atención, incluso para jugar; con demoras en el lenguaje, con habilidades sociales pobres; a muchos les cuesta perder o tolerar la espera o el esfuerzo, se frustran con facilidad y quieren todo ya (más allá de la edad)… el mágico mundo de la pantalla no los ayuda a fortalecerse en funciones vitales para su presente y futuro.
Es en el vínculo humano con los padres y otras personas (niños como adultos) cuando se forja la fortaleza interna y las distintas habilidades. Hay que buscar equilibrio en el uso del tiempo libre de todos nosotros que incluya pantallas sin dejar de lado otros intereses o actividades centrales para el desarrollo de los nuestros.