En este tiempo terrible, como dice la canción de Silvio, hay signos alentadores que nos devuelven la fe en el futuro. Mientras un continente mártir desde hace centurias sufre las crueldades de las guerras, el hambre y la miseria, en América Latina se entretejen alianzas y se suman esfuerzos y esperanzas, atendiendo el clamor de las comunes raíces de la historia. Cerca de 500 millones de personas que se comunican en idiomas que se comprenden entre sí, unen a un rico legado indígena la cultura negra que los esclavos transportaron, pese a sus cadenas y el aporte europeo de los colonizadores; han conformado junto a recientes migraciones una fuerte estructura mestiza que, como señalaba Carpentier, se asimila a un gran ajiaco, con múltiples rasgos, que va constituyendo una nueva identidad común.
El sueño de los libertadores fue la integración. Los grandes visionarios como Bolívar, Martí, Alfaro, hablaban de una sola nación de naciones que por los rasgos anotados tenía, como ningún otro espacio terrestre, vocación y destino comunes. En esta nueva época que tenemos la suerte de vivir, se ha dado en Sudamérica una conjunción de gobiernos progresistas que comparten, en su mayoría, ideales similares. El rumbo de la historia señala como ineludible la formación de grandes bloques que compartirán los difíciles pero extraordinarios sucesos del porvenir. Por ello, organismos como Unasur y las instituciones que se deriven son de la mayor trascendencia, pues hemos aprendido que la única forma de obtener respeto y desenvolvernos en un plano de igualdad con las grandes potencias es hacerlo unidos.
Varios pasos se dan en tal sentido. Han sido superados conflictos que separaban nuestros países y que en ocasiones nos condujeron a luchas fratricidas. Todavía quedan pendientes reclamos justos que se resolverán en paz, a través de negociaciones. Cada vez es más difícil manipularnos, contraponiéndonos los unos a los otros para dividirnos. Ecuador -después de amargas renunciaciones- y Perú han alcanzado su madurez y hoy consolidan cada vez más sus relaciones. A los 30 años de haberse suspendido por contradicciones ya resueltas, ha vuelto a funcionar el tren que unía pueblos de Argentina y Uruguay. Ecuador y Brasil vuelven a encontrarse en la ruta Manta-Manaos. La integración se construye mientras se camina en esa dirección. La crisis mundial nos encuentra más unidos que nunca. Ahora sabemos que solo juntos seremos libres y fuertes.