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El Telégrafo

Sacar vida hasta de la muerte

04 de abril de 2012

¡Cuántas veces nos desanimamos por motivos que no son tan importantes! ¡Cuántas veces nos rendimos antes de haber librado batalla! Somos más grandes y más de fuertes de lo que nos imaginamos: muchas veces no hemos decidido ni tomado los medios necesarios para lograrlo.

Es cierto que el ambiente no nos ayuda. Por una parte se nos impulsa a ser individualistas -puedes ser un campeón o una top model-, atropellando si es preciso a todos los que se cruzan por nuestro camino. Se nos invita a ser materialistas -tu cuerpo es lo más importante; tu rostro tiene que ser perfecto- y nos olvidamos de cómo orientar nuestra vida. Se nos induce a consumir un montón de productos a veces dañinos -si no funciona, consulte con su médico- y pasamos a ser esclavos de la última moda quedando con los bolsillos vacíos y varias deudas pendientes.

Sí, podemos salir de estos círculos viciosos al momento que decidimos tomar nuestra vida en nuestras manos, cuando entramos a hacer parte de un grupo de acción y reflexión, cuando nos dejamos tocar por la dimensión espiritual de nuestra vida.

Con el ejemplo de Jesús, la Semana Santa nos invita a recapacitar, a mirar hacia lo verdaderamente importante y a emprender un camino duradero de vida, de amor y de felicidad.

Claro, no se nos van a resolver mágicamente los problemas, pero los iremos evaluando a su verdadera dimensión y seremos más fuertes para superarlos o vivir con ellos sin que nos dominen.

Cada Semana Santa nos recuerda que la lucha de toda una vida termina por un triunfo definitivo. Dejemos de un lado muchas devociones y sacrificios que nos desvían del verdadero sentido de la muerte de Jesús: Jesús murió por fidelidad a su misión, es decir la solidaridad con los pobres para construir el Reino.

Y Dios, al resucitar a Jesús, nos demuestra que eso termina con la resurrección y no con el fracaso ni el olvido: ¡Hasta de la muerte se puede sacar vida!

Entonces, la lección es: apostemos en nuestra capacidad de transformar la debilidad en fortaleza, el miedo en valentía, la pasividad en iniciativas… Así comprobaremos que somos capaces de reducir la maldad que nos habita.

En cuanto a Dios, Él sabe que la debilidad, el miedo y la pasividad nos son más que pretextos que no resisten a las capacidades que ha sembrado en nosotras y nosotros, hasta que la muerte misma quede superada, porque ya con Jesús ha sido vencida. Entremos más decididamente en este camino; está siempre abierto y depende de nosotros que lo emprendamos.

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