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El Telégrafo
Federico Pavlovsky

Rostros familiares

05 de marzo de 2018

El 10 de julio de 1941, en un impronunciable pueblo de la Polonia ocupada, Jedwabne, a 190 kilómetros de Varsovia, se produjo uno de los hechos más crueles e increíbles que registra la Segunda Guerra Mundial. Durante algunas horas de ese día de verano, un pueblo de 3.000 habitantes fue el escenario en donde se desarrolló un asesinato colectivo. Ese día, 1.500 personas mataron o vieron matar a otras 1.600, estas últimas de origen judío, y en el exterminio no hubo ninguna distinción entre hombres, mujeres, niños y ancianos.

Solo 7 personas sobrevivieron al ser salvadas por una familia polaca (el matrimonio Wyrzykowski) que por ese acto de solidaridad fue perseguida por años. La historia, tan escalofriante como atroz, fue negada por décadas hasta que el historiador polaco judío Jan T. Gross publicó en 2001 el libro Vecinos: El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, un best seller en EE.UU. y Polonia, donde desató un debate nacional sin precedentes.

Una de las particularidades de esta masacre es que en la Polonia ocupada por los nazis, los alemanes no ordenaron la matanza ni participaron en ella, tan solo se limitaron a autorizar el devenir de los acontecimientos y sacar fotografías.

Un crimen colectivo realizado por una comunidad de vecinos, de individuos ‘comunes’, en donde la mayoría de los hombres participó activamente, y el resto observó de forma pasiva pero cómplice. La secuencia fue devastadora. Con golpes y diversas torturas, todos los judíos fueron arrastrados dentro de un granero, encerrados ahí, para luego prenderles fuego.

Sometidos a toda clase de humillaciones, los judíos fueron obligados a realizar actos de feria, ejercicios gimnásticos ridículos, y toda una serie de vejámenes antes de ser ultimados por sus vecinos. A esto le siguió la confiscación de los bienes ‘abandonados’, el silencio generalizado, y un olvido sistemático y colectivo de lo acontecido.

La historia de Jedwabne representa un acontecimiento testigo de hasta dónde puede llegar un grupo de personas comunes, de rostros amigables y familiares, ante ciertas circunstancias de contagio del odio más visceral, y donde no hay ninguna cabida para la reflexión y la empatía. (O)

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