Evocarlo me llena de tristeza, pero al mismo tiempo me invade la paz de recordar su hermoso rostro. Mi tío Rodrigo Crespo Toral nos dejó en esta semana y todos sus familiares y amigos estamos conmovidos. Quien lo conoció sabe que su sola presencia era suficiente para sentirse arrobado. Él merecía muchos homenajes, y el que yo le doy ahora, lo hago en nombre del cariño que sembró y en el de su enorme obra de cambiar el concepto de lo que significa la inclusión desde la política pública.
Amaba la medicina y se entregó íntegramente a ella. Pertenecía a la tercera generación de médicos cuencanos que impulsaron la evolución de la medicina en el Ecuador. Se especializó en Pediatría y descubrió, con los padres de familia de niños con discapacidad intelectual en Guayaquil, las dificultades que tenían que enfrentar para lograr que sus hijos fueran aceptados socialmente.
Así llegó a su vocación más intensa, la de ser un especialista en la Pediatría del Desarrollo Infantil que le llevó al campo internacional, en donde se destacó como Profesor en la Universidad de Georgetown en los Estados Unidos, Asesor del Comité del Presidente de los Estados Unidos sobre Retardo Mental, durante varias administraciones, y Director del Instituto Interamericano del Niño.
Cuando regresó al Ecuador, fue reclutado como asesor del Instituto del Niño y la Familia por la señora Carmen Calisto de Borja. A través de su gestión, se creó el Consejo Nacional de Discapacidades, CONADIS, del que fue su Director por más de una década. Por el sistema que creó recibió el Premio Internacional Franklin D. Roosevelt en favor de los Derechos de los Discapacitados. A él le debe el Ecuador además las pioneras Leyes de Discapacidades y de Tránsito.
“Dame una vida serena y una muerte santa y buena” ora Rodrigo en las primeras páginas de su autobiografía “Del Estigma a la Inclusión” citando a Pemán. Él lo consiguió. Los que tuvimos el privilegio de estar cerca, pudimos disfrutar de su clara inteligencia, de su elegancia y encanto personal, de su recio talante, de su bondad y de su optimismo irreductible.
Lloramos su ausencia, pero sabemos que su obra trasciende en el tiempo. Conservamos íntimamente su legado. Él nos enseñó el verdadero significado de la inclusión. Al aceptar que somos diversos, al respetar y valorar a todos, alcanzaremos como él, nuestro pleno potencial como seres humanos. (O)