En la zona septentrional del Ecuador, junio es un mes dedicado al Sol y al agradecimiento a la pachamama, por los granos que brota de sus entrañas. En las comunidades de raíz nativa, el consumo de la chicha, junto con el mote, las papas, la gallina de campo y el cuy, se predisponen en un festejo que se prolonga por varios días. También en la urbe, los propietarios de las viviendas particulares se preparan para la danza circular y la ratificación de la solidaridad étnica.
En el Inti Raymi se conjugan varios factores de carácter cultural, en donde el aspecto religioso no se aleja de la fiesta, tal es el caso de la denominación occidental de San Juan. Desde ese sincretismo se valora una festividad que se extiende por centurias en las comunidades indígenas y que tiene referentes como la toma de la plaza y la confrontación entre parcialidades, por la supremacía territorial.
En Otavalo se advierte la curiosidad de turistas nacionales y extranjeros, y el involucramiento de mestizos, quienes se suman a esta fiesta, en el baño ritual en las aguas de la cascada de Peguche u otras vertientes y en el Jatun Punlla, reafirmando así la riqueza policultural.
Asimismo, la inclusión de género se observa con la directa intervención de las huarmis en el regocijo comunitario.
Es la tierra dadora de vida un elemento determinante en esta celebración que renueva las energías a partir de la sabiduría de los viejos curanderos. En el marco del solsticio veraniego los comuneros se preparan con antelación para intervenir activamente en esta temporada de vitalidad y purificación.
Parte del atractivo de la mentada fiesta es la indumentaria de los danzantes. Generalmente se los observa con disfraces que de alguna manera ironizan a las estructuras sociales existentes. Pero también destellan personajes propios de la cultura andina, como el Aya Uma, quien portando una llamativa máscara lidera al grupo.
Para Marcelo Naranjo, “la fiesta de San Juan, celebrada en la mayor parte de la provincia (Imbabura), traduce en sus diversos rituales locales la conformación y los procesos de transformación de sociedades microrregionales; a la vez revela mayor o menor persistencia de conceptos propios de la visión indígena del mundo”.
El Inti Raymi posee una fuerte simbología que permite su permanencia en el tiempo y en el espacio, como una expresión auténtica de los pueblos originarios. Su heredad data de épocas preincásicas e incásicas. Su perdurabilidad superó la invasión española y otras formas de expoliación. Esta fiesta exterioriza una marcada identidad que enorgullece las raíces indígenas y aflora el sentido de pertenencia colectivo bajo la tutela de los míticos dioses.